jueves, 12 de marzo de 2009

POESÍA PUNEÑA ACTUAL: EL DRAMA DE LOS RECIÉN LLEGADOS

1) Historia uni-versal de la infamia: En el 2003, luego de hacer un balance de las (en aquel entonces) voces nuevas de la poesía puneña --la tan mentada generación de fin de siglo--, Darwin Bedoya (Pez de Oro Nº 4) lanzaba una exhortación de alarma (quizá fingida): “No sea que la década que ya ha empezado tenga otros representantes, su propia generación poética”. A continuación, aventuraba varios nombres de “muchachas y jovencitos” que supuestamente incursionaban con pasos firmes en los predios de la poesía. (A estas alturas dudamos que el autor los recuerde todavía). Al cabo de dos años, el trío conformado por Luis Pacho, Víctor Villegas y Darwin Bedoya justificaba con cierto optimismo su antología de poesía y cuento puneño de fin de siglo (Pez de Oro Nº 11 y 12): Los poetas de los noventa “…todavía no tienen reemplazantes a la vista, dado que no se avizoran voces nuevas”.
A fines del 2007, Pacho y Bedoya volvieron a la carga con sendos artículos en torno a la poesía puneña actual (post 2000). Pacho (Los Andes, 4 de noviembre) ensayaba un discutible balance de la nueva generación poética, salvando piadosamente, y sólo en calidad de “promesas”, a cuatro noveles poetas: José Luis Velásquez, Alexandra Talavera, Helen Ticona y Saúl Castellanos (más conocido como Saúl Huamán, su verdadero nombre). Aún así, los redimidos serían únicamente la excepción que confirmaría esta apetecida regla: “La tradición poética (puneña) ha concluido en los 90’ o la generación de fin de siglo”. Los demás no harían otra cosa que engrosar el estropeado elenco del declive. Por su parte, Bedoya (Pez de Oro Nº 14) se preguntaba con malicia: “¿Dónde está la buena poesía?, ¿A dónde se fueron los versos, los poetas?... ¿Dónde están los nuevos, quiénes son?” Previsiblemente, este interrogatorio no podía desembocar sino en un páramo post apocalíptico. Las tentativas del post 2000 estarían “muy lejos de toda posibilidad poética”, serían apenas “medios poemas o un único verso (uni-verso)”, sus representantes no alcanzarían ni la dignidad de “ambulantes o menesterosos en este espacio literario”; pues lo único que habrían cometido hasta hoy son “versos huérfanos de toda arte poética”. Pareciera que los mártires de este iracundo embate serían --lo sugiere Pacho-- " los poetas jóvenes del flanco juliaqueño” (Bedoya no duda en ofrecer un despiadado catálogo de los occisos), pero un explícito y ambicioso etcétera (“y otros que no mencionamos para que no se rasguen las vestiduras ni se mueran tempranamente”) sugiere que su alcance tiene pretensiones totalizantes.
Planteado así, el asunto adquiría ribetes de hecatombe. Una lectura destemplada de los artículos permitía deducir que la política (o poética) expansionista de los abanderados de fin de siglo abarcaba ya un espacio que hasta hace poco habían creído (o temido) ajeno. La primera década del nuevo siglo (y, quién sabe, las siguientes) si no por prescripción adquisitiva les pertenecía por conquista. “La fiesta ha empezado”, era la vehemente proclama de Bedoya.
Con la reciente publicación de Aquí no falta nadie (antología de poesía puneña) de Walter Bedregal, otro paladín de los noventa, estas (im)posturas parecen haber adquirido carta de ciudadanía. Llama sobremanera la atención que de los 21 antologados, casi la mitad pertenezca a la generación de fin de siglo, como si en esa década hubiese tenido lugar un alumbramiento poético de dimensiones industriales, máxime si en el camino se descartó, con dudoso rigor, a más de un “consagrado” que, por su puesto, no pertenecía a dicho grupo; aún así, “nadie está demás, están los que deben estar”. Según el autor, “estos nuevos marcan otro hito en la tradición poética puneña”, en consecuencia, el libro se cierra con ellos. En esta (es)forzada versión del parnaso puneño no hay espacio para los novísimos, pues “no están aquí los sueños que todavía no tienen o no encuentran su noche”.

2) Dominantes vs. Advenedizos: La aparición de novísimos poetas en la escena literaria puneña, sobre todo en estos últimos años, es un hecho innegable. No se trata, claro está, de una fulgurante y prolífica pléyade que resucite o reedite una mítica (y para siempre perdida) edad de oro; no obstante, todavía no se puede aseverar que estamos frente a los deplorables especímenes de la decadencia (el beneficio de la duda). Con tópicos y referentes distintos (y a veces distantes) a los de sus antecesores inmediatos, estos flamantes rapsodas vienen difundiendo sus borrosos garabatos en boletines, revistas, periódicos e incluso libros que circulan en nuestro medio y, por supuesto, algunos se impusieron en modestos concursos. Es más, algún afortunado ya accedió por la puerta grande al olimpo de una monumental antología.
Para tomar distancia de ellos (y descalificarlos con mayor comodidad), los abanderados de fin de siglo han acuñado (o plagiado) un rótulo poco feliz: generación del post 2000. Así, los balbuceos poéticos del nuevo milenio tendrían, a modo de estigma, un denominativo llamado a preservar a su predecesora, la poesía de los noventa, de cualquier confusión intolerable. ¿Cómo explicar este juego malévolo donde unos cuantos parecen empeñados en acaparar indefinidamente el espacio poético puneño?
La teoría de los campos de Pierre Bourdieu (véase un excelente esbozo en su libro Sociología y cultura) nos puede ayudar a comprender mejor el problema. Según este sociólogo francés, el artista y su obra forman parte de una gran red que se denomina campo artístico, un sistema de relaciones conformado por aquellos agentes sociales cuya intervención es imperiosa para producir y comunicar la obra. Este espacio está constituido por los propios artistas, editores, marchantes, críticos, público; es decir, los actores que determinan las condiciones específicas de producción, distribución, comercialización, exposición, premiación y consumo de la obra. Aparte del artístico, hay otros campos (económico, político, científico, filosófico, religioso, etc.) no menos importantes, todos ellos se rigen por una teoría general de los campos.
En la estructura común a todo campo encontramos dos elementos esenciales: un capital común y la lucha por su apropiación. El capital de un campo está constituido por el conjunto de conocimientos, habilidades, creencias, etc. acumulados a lo largo de la historia y en pos de él se enfrentan: a) quienes lo detentan y b) quienes aspiran a poseerlo, es decir, se produce una lucha “entre el recién llegado que trata de romper los cerrojos del derecho de entrada, y el dominante que trata de defender su monopolio y de excluir a la competencia”. Aquellos que monopolizan el capital acumulado, que es el fundamento del poder o de la autoridad de un campo, tienden a emplear estrategias de conservación y ortodoxia, mientras que los más desprovistos de capital, o recién llegados, se inclinan a utilizar estrategias de subversión y herejía.
En nuestro medio, este proceso se ha interpretado (algo toscamente) como conflicto “generacional”. En un primer momento, cuando todavía buscaban hacerse de un lugar en el campo literario puneño, los poetas de fin de siglo denunciaban, a través de sus portavoces, la escasa (o nula) atención que sus versos despertaban en los escritores mayores. Sin embargo, pronto pasarían a la ofensiva, desatando una irreverente cacería de peces gordos. Periódicos, boletines, revistas y blogs serían los espacios predilectos para entablar la confrontación. La antología de Bedregal con sus omisiones iconoclastas (tan denostadas como aplaudidas) y la presencia multitudinaria de sus coetáneos desencadenó el clímax de esta lucha “generacional”.
A estas alturas, los poetas de los noventa ya han dejado atrás su etapa de advenedizos, les corresponde ahora aprovechar el repliegue de los mayores y gozar de su flamante posición de dominantes. ¿Y cuáles son los signos de su dominio? La divulgación de revistas y boletines llamados a marcar época, su activismo cultural arrollador (recitales, homenajes, presentaciones de libros, encuentros de escritores, etc.), la obtención de innumerables galardones consagratorios (incluyendo el COPÉ), la publicación de poemarios que representan hitos en la tradición poética puneña, etc. No debería resultar extraño entonces que hoy arremetan contra los más jóvenes (los recién llegados), cerrando las puertas y escondiendo las llaves (Bedregal dixit).
Es pertinente aclarar que para Bourdieu estos enfrentamientos en el fondo se reducen a juegos, pues sus actores tienen intereses comunes, “de allí que surja una complicidad objetiva que subyace a todos los antagonismos”. Quienes protagonizan la lucha contribuyen a reproducir el juego, fomentando la creencia en el valor de dicho juego. Para ser admitido en él, hay que conocer y respetar sus límites; “los recién llegados sólo pueden hacer que languidezcan los de mayor antigüedad”, se puede liquidar la jerarquía mas no el juego en sí.

3) Estos cinco: Aunque resulta risible designarlos todavía como los novísimos o los más jóvenes (sobre todo si se tiene en cuenta que algunos de ellos frisan ya los treinta años), los poetas del post 2000 poco o nada han hecho para posicionarse en el campo literario puneño y disputar el capital específico a los nuevos dominantes. Su incapacidad para asumir la literatura como una actividad generacional seria, la ausencia de poemarios o revistas de capital importancia, la inexistencia de premios consagratorios y su incipiente participación en recitales y otras actividades culturales son el rotundo testimonio de su protagonismo indigente.
Pero, ¿dónde están los nuevos, quiénes son? Entrar en el terreno de los nombres propios es una tarea arriesgada. No pocos deslices cometieron los escritores mayores al pisar este suelo escabroso. Así, Feliciano Padilla y Jorge Flórez – Áybar, amparados en el peso de su autoridad, fueron los primeros en promocionar decididamente un nombre que pronto pasó al olvido: Alexandra Talavera. Lo curioso del caso fue que, en sendos textos de sus padrinos, esta novata aparecía etiquetada como poeta de fin de siglo.
No obstante, se puede aventurar (con menor apasionamiento) que el núcleo más importante de esta nueva hornada de poetas lo constituye un grupo que se formó en la Facultad de Educación de la UNA – Puno. Una de las razones para este florecimiento poético es la existencia, inmersa en la Escuela Profesional de Educación Secundaria, de la especialidad de Lengua, literatura, psicología y filosofía, donde muchos jóvenes amantes de las letras, ante la imposibilidad de migrar a Lima o Arequipa, encallan, ya sea resignados o seducidos por su deslumbrante y tremebundo rótulo. Otra de las razones sería la presencia insular de dos o tres catedráticos de literatura que despiertan, incentivan y refuerzan vocaciones literarias (aunque no siempre) en sus alumnos. Están asimismo los famosos Juegos Florales de la Facultad de Educación, que hasta hace poco se realizaban anualmente con plausible regularidad, propiciando la participación de aficionados y noveles escritores. Se debe mencionar además que circulan en dicho medio una serie de publicaciones (sobre todo boletines y revistas), donde los estudiantes de la especialidad difunden sus trabajos literarios; sin olvidar las actividades culturales (recitales, homenajes, coloquios, presentaciones de libros, etc.) gestadas constantemente en sus recintos.
Una de las publicaciones más empeñosas (que en su tramo final logró trascender, aunque efímeramente, las aulas universitarias) fue el boletín Gatos y garabatos. Si bien en su primera etapa se difundió como Letrajoven, fue con su segundo y definitivo nombre con el que alcanzó notoriedad. Contra viento y marea, mantuvo su vigencia por cuatro años (2004 – 2007), un lapso inaudito para este tipo de publicaciones. Javier Núñez, Alexander Ligue, Luis Incacutipa, Saúl Huamán y Edyson Quispe fueron sus vehementes propulsores. Por otro lado, en el 2007 salió a la luz un libro que pasó completamente desapercibido: El espacio azul de los sueños, contenía éste los trabajos literarios (poesía y cuento) de los integrantes del Taller de Literatura Ciudad Cósmica. El escritor Bladimiro Centeno, director del taller, se encargó de presentar los textos seleccionados. En estas dos publicaciones se darían a conocer, en su mayor parte (incluyendo las prescindibles), las voces de la poesía puneña del post 2000.
La reciente edición del boletín Signo ausente (Literatura puneña de última hora) --2008--, bajo la dirección de Javier Núñez, trae en su primer número una muestra “antológica” de los nuevos cultores de la literatura puneña: un cuento de su director y (lo que nos interesa) poemas de Luis Incacutipa, Alexander Ligue, Edyson Quispe, Saúl Huamán y Glinio Cruz. (Un breve texto en prosa lírica de Wilber Llaiqui cierra el boletín). Esta osada compilación constituye una pauta ineludible a la hora de trazar un mapa de la cuestión. Su principal acierto (puede que el único) es el de ofrecer un censo paradójicamente abarcador de los representantes en apariencia activos de la poesía puneña del post 2000. A esta nómina de cinco tal vez haya que sumar (o restar) uno o dos nombres.

4) Canon y herejía: Carlos Oquendo de Amat y Alejandro Peralta son en nuestro medio los autores canónicos por excelencia. El “vanguardismo indigenista” del segundo no parece haber tenido influencia alguna en los novísimos, sobre todo en lo que respecta a su telurismo y al vertiginoso empleo de referentes andinos. Aunque algunos críticos insisten hoy en un hipotético “sustrato andino” de Oquendo (v. gr. Dorian Espezúa), es su negada faceta de vanguardista “puro” la que para bien o mal proyectó su huella decisiva y profunda en los poetas de este post 2000. De existir continuidad en la tradición poética puneña, tendría que ser el “oquendianismo” el nexo cardinal entre la nueva generación y la anterior.
Para rastrear la influencia de Oquendo en la poesía altiplánica, el punto de partida obligatorio es la Promoción Intelectual, que en los años 60 decidió adoptar para sí el nombre del poeta y rescatarlo del olvido. Consecuentes con el homenaje, los integrantes de este grupo asimilaron más temprano que tarde la poética de su fetiche. Ciertamente no todos persistirían en esta línea ni mucho menos se circunscribirían exclusivamente a ella, pero les pertenece a ellos (sobre todo a Omar Aramayo y Percy Zaga) el mérito de haber escrito los primeros poemas (o poemarios) “oquendianos”. Este influjo se atenuó en la poesía de los 80, renació en los 90 para finalmente arreciar en este post 2000. Filonilo Catalina (seudónimo de Luis Rodríguez) se encargó de fomentar, seguramente sin proponérselo, el culto de Oquendo entre los más jóvenes, tendiendo así un puente inconmovible entre éstos y la generación precedente, que es la suya. La edición popular de su librito titulado Poesía obtuvo en Puno un éxito arrollador (su innumerable hueste de lectores, imitadores y plagiarios lo confirma). Un papel no menos significativo (aunque sí más activo) le corresponde en este proceso a José Luis Velásquez. Muy cercano a los novísimos, en calidad de coetáneo, amigo y docente universitario, es el difusor y defensor de Oquendo más influyente en nuestro medio, ya sea a través de la cátedra o de sus dos poemarios, oquendianos por excelencia. Su temprana incursión en la intelectualidad puneña debería impedir, sin embargo, que sea encasillado con facilidad entre los noveles escritores del post 2000; lo que no significa tampoco que sea parte de la generación de los 90 (quizá haya que asignarle su propio limbo).
Por otro lado, si en algún momento el poeta Alfredo Herrera resaltó el forzado andinismo como una de las deficiencias en la poesía de los noventa, no se puede lanzar la misma acusación contra los más jóvenes porque en ellos lo andino es ya sólo un rezago si no algo completamente extinto, detalle que viene a constituir la ruptura principal con sus predecesores. Con honrosas excepciones (como Alberto Mostajo o Vladimir Herrera) e hitos (como Alejandro Peralta o Efraín Miranda), la proliferación de tópicos y referentes andinos es la constante más definitoria de la poesía puneña, la marca distintiva del capital específico que constituye nuestro campo literario, el símbolo más sagrado de la ortodoxia. Pero lo que hace un siglo pudo ser la expresión culminante de la vanguardia, se fue trocando con el paso de los años en un resentido y anticuado provincianismo (más todavía en su versión purista o cuando se amalgamó con algunas virulencias izquierdistas). Pese a este reparo, los poetas de los noventa han hallado en el andinismo su estrategia de conservación; los del post 2000, en cambio, han fundado precisamente en la extinción de este rasgo tenaz, su estrategia de subversión y herejía.

5) Todo, todo es amor: Otra peculiaridad de la nueva poesía es la omnipresencia del amor en desmedro de la preocupación social. Si bien la ausencia de este último tópico no es absoluta, cuando aparece se presenta, la mayoría de las veces, sometido o condicionado al primero. El sujeto lírico prefiere exaltar la belleza de su amada o llorar su ausencia antes que sentar una posición explícita frente a los grandes problemas (económicos, políticos y sociales) que agobian a la humanidad, éstos sólo parecen merecer su desdén o su indiferencia. Obviamente, la enunciación de un discurso de este tipo implica la exaltación tiránica del “yo lírico”. Si hubo algún intento de abordar la condición humana desde el ángulo político-social fue, casi siempre, a costa de sacrificar la poesía y caer en el panfleto.
Esta es otra de las diferencias con los poetas de los noventa, quienes sin dejar de lado el tópico del amor, manifestaron en sus versos una honda preocupación social, máxime cuando hicieron suyo el tema de la violencia. Aquí podríamos confirmar (siguiendo en la medida de lo posible a Ortega y Gasset) que nos hallamos ante dos generaciones distintas porque entre estos últimos y los más jóvenes median circunstancias que determinan formas heterogéneas de ver el mundo. La realidad, en definitiva, ya no es la misma, pues de un tiempo a esta parte el repertorio de creencias, ideas, usos y problemas, que correspondía a la peculiar forma de vida de la generación anterior, ha variado ostensiblemente. Varios fueron los acontecimientos que signaron profundamente a los escritores de la anterior década: la subversión (o terrorismo), su posterior derrota y la implantación del neoliberalismo, en el ámbito nacional; la caída ineluctable de los países socialistas, el surgimiento del mundo unipolar, el fin de la historia y el ocaso de las izquierdas, en el ámbito mundial. De este modo, la poesía de los noventa no pudo escapar al poderoso influjo de estos sucesos, más aún si la mayoría de sus representantes militó bajo las banderas del socialismo.
Los jóvenes del post 2000, en cambio, se formaron durante la década de la antipolítica, presenciaron el auge y la debacle del fujimorismo, que había hecho de la corrupción su documento de identidad, mientras los apologistas del capitalismo predicaban el fin de las ideologías y se expandía en el mundo el fenómeno de la globalización. Es posible que casi todos tengan una opinión despectiva o pesimista acerca de la política, que sean tibios simpatizantes del pensamiento antisistema antes que militantes activos de un partido de izquierda (descontando alguna torpe obsesión) y que contemplen la realidad nacional y mundial con desencanto, apatía o resignación, pues para ellos el mito revolucionario (cambiar el mundo) perdió su fuerza movilizadora. Esta podría ser la explicación de la recurrencia temática del amor.

6) De náufragos y sobrevivientes (balance y liquidación): El recuento de los nuevos representantes de la poesía puneña tiene que empezar obligatoriamente con Luis Alberto Incacutipa Ortega (Ácora - 1978), quien protagonizó una búsqueda constante de temas y estilo por más de una década. Su persistencia se vio recompensada cuando en el 2006 obtuvo el Segundo Premio en la IX versión de los Juegos Florales de la FCEDUC (UNA). Sus primeros poemas plantean cuestiones existenciales (la brevedad de la vida, la fugacidad de las cosas) a través de un lenguaje llano y sencillo: Los amantes de la lejanía/ los zapateros de la esquina/ los constructores de cajas a medida/ llaman los límites del horizonte. / Todos tienen pies grandes/ ¿Los tengo yo?/ ¿Quién se puso los zapatos? (Demencia). Después, Incacutipa encausará su poética hacia la construcción de imágenes lúdicas con ligero sabor oquendiano: En ciudades sin luz se oyen/ tertulias de extraños poetas. / Los duendes escriben partituras/ para la primavera sinfónica. / La luna manda piropos/ a la luna que se baña en el lago. (Sonrisa de la noche). El tiempo se olvidó de los sueños. / Y la mañana aún no canta en la copa de los árboles. / El viento enamora a la rosa/ con extrañas profecías desde la ventana. (Profecías del viento). Los prados despertaron en tus ojos/ como universo nuevo o alfabeto sin pronunciar. / Tu santuario en llamas besó mi sombra palpitante/ mis pasos descalzos y mi carne en pedazos. (Universo). Sin embargo, sus devaneos vanguardistas no le impedirán explorar el lado amargo de la condición humana ni apelar a la esperanza: Me duelen los bolsillos rotos/ sin recuerdos de mi infancia. / El viento desviste la casa. / Los ojos buscan rumbos/ y se tropiezan con la sombra. / En la mesa se oye/ el silencio de platos y cubiertos. / Y la inocencia se cobija/ en el sueño de la luna. (Silencio). Un día de merienda/ el cielo cambió de vestimenta a nuestros ojos. / Y el sol salpicó con vivos colores la sonrisa de mi madre. (Atardecer).
Alexander Ligue Caty (Juliaca - 1982) fue considerado en su momento como una de las voces más prometedoras de la poesía puneña. Consolidó su prestigio al hacerse acreedor (por enésima vez) del Segundo Premio en la VIII versión de los Juegos Florales de la FCEDUC (UNA). Para Bladimiro Centeno, Ligue “…explora la condición humana moderna desde una perspectiva social, moral y política. La ironía es un recurso estético predominante (en sus textos)”. En Irak, los niños ya no lloran/ por la madre que no regresa del mercado/ en una tarde sin sol, / ni por el jabón en forma de liebre/ que se disolvió una tarde en que llovió por suerte. / Ya no lloran por la camisa con el dibujo de la luna/ que no les fue comprada en una reventa del día domingo/ ni por el video del rey león. / Ya no lloran por querer atrapar el arco iris, / ya no lloran. (Sin lágrimas). Gracias a sus múltiples lecturas poéticas y a su deliberado distanciamiento de Oquendo (una excepción que, como todas, confirma la regla), Ligue es el único poeta de esta hornada que más cerca estuvo de encontrar un estilo personalísimo. En varios de sus poemas prima el tema del amor, pero en otros, se produce un extraordinario equilibrio entre éste y la problemática social: Me pierdo en los pasos/ que sobran a la mitad de las esquinas, / en las miradas volátiles de las ventanas de las casas, / en los relojes sujetos en los brazos de los transeúntes, / en las manzanas que se exhiben en las tiendas de frutas. / Y, sin embargo, te encuentro en las calles que extrañan tus pasos. / Me pregunto si aún recuerdas/ la letra inicial de mi nombre. / Me pregunto si también te extraña el libro/ de poesías que dejaste a medio leer. / Ya no estas, te fuiste, te esfumaste… / Pero espero tu regreso/ como las barcas quietas del muelle/ como las calles… (Pero te espero). En esta tarde, justo en esta tarde, / al otro lado de la calle cae enferma la señora/ de la esquina que vende gelatinas de colores; / una madre muere dando luz a un niño de medio kilo de vida; / un niño de nueve años se desploma/ por el peso de su estómago lleno de vacío; / el hombre que llevaba sus anteojos/ ha quedado ciego eternamente y sin anteojos; / las niñas de dieciocho años chillan por veinte soles en el jirón rosa/ y hasta un perro es atropellado y muerto por un tranvía. / En esta tarde, justo en esta tarde, / las autopistas transregionales tienen sed de sangre/ y hasta las ambulancias se las dan de donadoras de sangre. / Todo pasa como tiene que pasar…/ Y yo, pensando en ti como si todo lo fueras en este mundo. (En esta tarde).
Édyson Américo Quispe Mamani (Juliaca - 1983) obtuvo el Primer Premio en la IX versión de los Juegos Florales de la FCEDUC (UNA). Según Centeno, “…aprovecha los recursos poéticos vanguardistas y apela a un lenguaje lúdico que busca imprimir en los textos ritmos inusuales”. Sus poemas transitan desde la imitación desenfrenada hasta la asimilación fructífera de Oquendo: Tus ojos riegan el sabor de la fresca fruta. / Y una serenata venía llena en tus palabras. / De puro juego el viento ondea tus cabellos como flores. / Y tus cejas yacen en el arco iris de este sueño. / Y eres más que un domingo por la tarde, / eres una cinta larga entre las trenzas del sol. (Fruta). En la cinta del asfalto/ un hombre arrastra sus recuerdos. / Al costado, mustias aldeas/ extienden sus brazos en pos de una palabra. (El camino sitiado). La mujer del suelo/ teje la tarde con la madeja de sus arrugas, / mientras la oscuridad enfría la voz/ de los vigilantes de la noche. (La noche). Mas no todos sus textos denotan la influencia oquendiana: Dentro del sueño de mis ojos/ otros ojos sufren la aspereza de las rejas. / Esos ojos luchan con los míos. / Me humedezco, me canso/ derramo un llanto… / He perdido. / Pero mi derrota aparente fue falaz/ porque la polvareda del recinto/ duerme desde ayer en tus ojos. / Mis ojos no volvieron a cerrarse en toda la noche. / Y el frío, sólo el frío, habita en este hogar pasajero. (Hogar pasajero). Esta disparidad en el lenguaje poético revela que Quispe no halló todavía un estilo propio.
Saúl Huamán Huamán (Ñuñoa - 1983) inició su actividad poética bosquejando imágenes extravagantes: Una sombra de pájaro/ aprisiona tu vientre/ con las cuerdas del espejo…/ Sobre un vegetal lastimado/ una lágrima de flor/ ha tomado tu forma/ y una canción de la espada/ marca el sendero en tus labios. (Cuerdas del espacio). El día ha muerto/ recogido sobre un vestido de noche…/ Porque la vida me duele en mi fémur, / el silencio se vacía en mis ojos, / los estigmas se han colgado a mi alma/ con los podridos besos del miedo. / Soy el término de una cuerda cansada/ que vomita cenizas sobre mar de paisajes. (Prohi-visiones). Posteriormente, como resultado de su encuentro con José Luis Velásquez, sumará a su haber el acento oquendiano, del que ya no se volverá a desprender: Los rincones se pueblan de sueños/ la vida se esconde en un fémur/ el miedo se ha colgado en los ojos/ La mar ha lanzado una cuerda al paisaje/ El día muere/ sobre un vestido de noche. (Prohi visiones). La poesía de Huamán es una reiterada invitación al desconcierto. La metáfora se transmuta casi siempre en cascarón vacío. Las imágenes son a veces tan intricadas y los versos tan desmembrados, que lo único que parecen expresar es una poética premeditadamente absurda: El viento talla/ besos en el costado impreciso del álbum/ MARIPOSA IMPRESA/ tus pupilas/ sombreadas con la raíz de la nocturnidad. (Alas de agua). En la esquina/ un ave se cuelga de tu boca/ distancia/ canción de todos los silencios/ una mariposa lleva los colores en su bolsillo/ una araña teje/ la luna está desvestida. (Nostalgia de azul). Descuelgo/ pájaros mudos de la sombra. / Una lluvia de diarios anula el lenguaje de tus párpados. / La pluma esculpe aves enfermas/ cuando los cabellos de la noche borran lápidas/ en mi memoria… (Atisbos). Sin embargo, cuando predomina el oquendianismo (en la línea de Filonilo Catalina) es posible apreciar poemas logrados: ELLA SE DIBUJA/ y sus dedos trazan/ la soledad de la tarde. / Tras los árboles/ el silencio arranca gaviotas/ de sus ojos. / Lluvia. / La nostalgia es una flor/ que crece en los ojos. (Poema II). Esta noche/ te leeré sin desnudarte. / Robaré tus pies/ desataré tus pasos. / Porque has dejado crecer/ tu mar hasta mis labios. (Poema V).
Glinio Cruz Mendoza (Ácora - 1987) sorprendió a propios y extraños con la publicación de su poemario A la sombra de tus párpados (2007). Javier Núñez, al comentar (y celebrar) uno de sus poemas, concluye que “…el hablante lírico afianza perpetuamente en su memoria el recuerdo de su amada y da a conocer (informa) las sensaciones nostálgicas (añoranzas, penas) que experimenta mientras ella no está a su lado”. La observación vale para el libro entero, porque todo él gravita en torno al (des)amor. Los poemas evidencian una deuda desmesurada con Filonilo Catalina, pero logran su efectismo gracias al talento innato de Cruz: Hubo un día/ una lágrima que quiso ser lluvia/ y atrapó los sueños de una nube/ pero ella dictaba una carta/ con la voz de un verano/ y buscó los ojos de un niño/ mas el silencio/ le había ganado la partida. / Ya cansada notó que en la mar/ navegaba un corazón/ y le dio un nombre a la mar. / Entonces/ dibujó en el cielo unos ojos/ y sobrevino el diluvio. (Poema XI). A veces las aves olvidan el cielo/ y debo tu nombre escribir en las olas del lago. / A veces tus ojos invitan al silencio/ a tomar un café/ y el tiempo se pone a pintar/ la última cena. / Las calles alargan sus miradas/ aguardando nuestros pasos/ y las horas que duermen la siesta/ musitan tu nombre/ soñando tu ausencia. (Poema III). En textos recientes, su poética sufre serios altibajos cuando inusitadamente toma rumbos no oquendianos, pero se mantiene firme cuando insiste en temas amorosos, bajo la tutela de su mentor: Cuando llegues/ ondeando tu rojiza cabellera/ FORASTERA como nada en este mundo/ no te extrañe desandar estas calles/ que reducen la ciudad/ a un mercado de a kilo medio/ de moneda en el bolsillo/ de oropeles que a medianoche se exhiben/ entre libros y trago barato. / TALVEZ/ ALGUIEN/ con la emoción de acariciar/ el billete anaranjado/ desastille una sonata a Foucault/ o rasque un huainito a Reinaga. / Pero (tú)/ SABES/ que humedecida por tu beso/ la lluvia llega a limpiar/ el eclipse de estas calles. (Poema XXII). Yo regalo mis sandalias/ para el viento que ni huellas deja/ y vuelto al polvo/ me acerco a tu Templo y confieso/ que he tomado tu nombre en vano. /He caído desde el puente construido/ por tus ojos y mis versos. / Y heme aquí/ con la plaga de mis quejas/ asolando tu sonrisa/ la única eterna para mí. (Confesión).
Estos son los novísimos. He aquí la poesía del post 2000. Los cinco estudiaron en la Escuela Profesional de Educación Secundaria (especialidad de Lengua, literatura, psicología y filosofía) de la UNA y, a excepción de Cruz, todos publicaron sus poemas iniciales en el boletín Gatos y garabatos. Incacutipa, Quispe y Ligue integraron el Taller de Literatura Ciudad Cósmica y pusieron lo suyo en el volumen colectivo El espacio azul de los sueños. A nadie se le ocurrió alinearse con los escritores “andinos” ni fundir sus veleidades políticas con el telurismo en un poemario supuestamente hito; no obtuvieron todavía premios nacionales (que no son inalcanzables) ni contribuyeron a saturar más la lista de los libros prescindibles. Rigurosamente hablando, existe hasta el momento un solo libro publicado: A la sombra de tus párpados, que corresponde al más joven del grupo. Los libritos artesanales y de tiraje irrisorio (en algunos casos, sólo para el amigo o la enamorada) carecen de interés.
¿Esta asegurada con estos cinco la continuidad de la tradición poética puneña? Que ellos mismos pongan las manos al fuego porque nadie más lo hará. Si bien los textos, en su mayoría inéditos, se defienden por sí solos, conformarse únicamente con ellos sería un despropósito digno del olvido (y, por qué no, del látigo). Por lo pronto, al menos uno de los nombrados decidió abandonar la pluma para dedicarse de lleno al mundo de los negocios (efecto Juliaca). Los demás todavía intentan conciliar el ejercicio poético, en el mejor de los casos, con sus responsabilidades familiares, laborales o comerciales; y en el peor, con sus egos redundantes y sus megalomanías.
Finalmente, ¿qué hay del tan pregonado declive? Pura fanfarria. Si la meta era alcanzar la magnitud de un Oquendo, un Peralta o (seamos justos) un Aramayo, la decadencia de la poesía altiplánica es ya un padecimiento crónico que tocó fondo con la generación de los noventa. Las tentativas del post 2000 vendrían a ser sólo una prolongación de esta etapa, si se quiere, terminal. Los novísimos no tienen por qué soportar los rigores de un desahucio que les concierne a todos. Hecha esta salvedad, que la fiesta continúe.

BIBLIOGRAFÍA
· Aramayo, Omar. Antología de la poesía puneña. Lima, Transparencia, 1999.
· Bedoya, Darwin. “El lenguaje del viento: aproximaciones a la poesía puneña de los años noventa”. Pez de oro Nº 4, Puno, 2003, pp. 15 - 19.
· Bedoya, Darwin. “La desmesura lírica en el uni-verso de la poesía puneña actual”. Pez de oro Nº 14, Puno, 2007, pp. 20 - 21.
· Bedregal, Walter. Aquí no falta nadie (antología de poesía puneña). Juliaca, Hijos de la lluvia, 2008.
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