miércoles, 24 de febrero de 2010

¿LITERATURA PUNEÑA DE «ÚLTIMA HORA»? De chibolos, bastardías, padrinajes y mongolismos

A decir verdad, la inmensa mayoría de los que fueron catalogados en su momento como representantes de la novísima literatura puneña --tal vez cinco, redondeando a la mala (y, por supuesto, expectorando en bloque a recomendados, ahijados, pupilos, aduladores, mascotas, queridas y otros embaucadores)-- están ad portas de la base tres. Sin embargo, hasta ahora, ninguno de ellos ha publicado algo que, en verdad, valga la pena. (Ojo, no me refiero solamente a los poetas.) Sus escritos andan sueltos en boletines y periódicos que hace tiempo fueron desplazados incluso del tacho. Para enumerar sus cándidos libritos basta una sola mano (aun si a ésta le faltan dedos). El aporte, hay que decirlo sin rodeos, es “todavía” mínimo. El tiempo y la paciencia se agotan (pregunten a Penélope). La promesa huele ya a fraude y podredumbre. Si los frutos continúan así de exiguos, los ex chibolos del “post 2000” llegarán sin pena (!) ni gloria a la edad de Cristo. Sí, en menos que canta un gallo, estos mesías frustrados serán ineluctablemente crucificados, muertos y sepultados… (¿Quién podrá resucitarlos?)
Hay que aceptar, claro está, que sus composiciones --a diferencia de los pingües libracos (óptimos para animar la noche de San Juan) de los truhanes arriba inventariados-- ostentan cierto valor literario; no obstante, es preferible pecar de exigentes que caer en vanas complacencias, ovaciones lacayunas y sobrestimaciones bobas. Porque no se trata de seguir escribiendo a cántaros, con estulticia y resignación dignas de primates con chullo, pavadas destinadas únicamente a colmar el hospicio ese llamado “literatura regional”. Tampoco se trata de parangonar las creaciones de los neófitos con las de huacos y momias, jubilados y pensionistas, borrachines y zánganos, politicastros y burócratas, que a la par fungen de poetudos o cuenteros (y cuyos nombres y engendros infestan las antologías de la región), para deducir alegremente que hay “continuidad” o, a lo mejor, “salto cualitativo”. ¿Es acaso una gran epopeya empatar (o golear) a un equipo de paralíticos y lisiados?
Ya es hora de echar por el suelo las puertas del parnaso (con portero y todo), ceder el paso a los más jóvenes --los auténticos chibolos-- y espantar a los retardados mentales (¿“post 2000”?). La edad promedio de los novísimos, si existen, tendría que ser veinte años (tal vez un poquito más). A estas alturas, deberíamos estar familiarizados con sus balbuceos, berridos y berrinches. ¿Puede alguien dar razón de ellos? Sí, claro. Creo que hay, por lo menos, dos colectivos literarios atendibles. Ambos germinaron durante el último trienio en la Facultad de Educación (de la UNA-Puno, obvio). Los prolíficos muchachos que los integran estudian, sin duda alguna, Lengua, literatura, psicología y filosofía. (¿Se lo deberán “todo” a sus muy magníficos “catedráticos”? ¡Bah! Quizá un mendrugo, pero a lo sumo a dos o tres). El primer grupo --digamos el de los “mayores”-- es el más dinámico y tiene alrededor de seis miembros, quienes despuntaron bien pronto, cuando cachimbos, y andan a la brega hasta hoy. En el periodo 2008-2009, editaron con alternación dos boletines: “Al desnudo” y “Heskribidores”, ambos incipientes todavía y de circulación limitada, pero promisorios. Al presente acaban de dar a luz “El costillar de Rosinante [sic]… (Bacterias, sueños y versos)”, un boletín-póster ambicioso, ingenioso y (al menos por el tamaño) monumental, una muestra palpable de progreso y superación. El segundo grupo --el de los “menores”-- es el más modesto y cuenta con cuatro integrantes más o menos. Ellos publican “Oasis”, boletín de literatura y cultura, cuyos dos primeros números (2008 y 2009, respectivamente) trascendieron con holgura las aulas universitarias, merced al aporte intelectual --consistente en refritos-- de escritores veteranos.
Ciertamente, no podemos hablar aún de individualidades. Los poemas, cuentos y artículos de los más jóvenes están desperdigados en los mencionados boletines. Si clasificamos los textos según sus respectivos autores, advertiremos que la cuantía asignada a cada quien es irrisoria (v. gr. a fulano le corresponde cuatro relatos; a mengano, tres poemas; a zutano, un artículo, etc.). En consecuencia, si quisiéramos “criticar” y/o “valorar” la producción personal de cada uno de estos novísimos, el corpus resultaría de lejos insuficiente. Empero, lo que por ahora cuenta es la meritoria contribución a la literatura puneña, fruto de la convergencia de esfuerzos. Sabemos de sobra que en los ambientes “intelectuales” (máxime provincianos) campean megalomanías, egoísmos, narcisismos, rivalidades, enconos, envidias, mezquindades, resentimientos, frustraciones y demás lacras --no seré yo quien tire la primera piedra-- que obstaculizan o imposibilitan los proyectos colectivos (sobre todo generacionales). Nos consta asimismo que la publicación de revistas o boletines literarios --salvo que se trate de adefesios impresentables-- demanda ingentes recursos económicos y humanos. Así pues, el empeño cultural de los muchachos reunidos en torno a “El costillar...” y “Oasis” es loable y ejemplar. Si la faena grupal se mantiene con firmeza, las voces individuales no tardarán en descollar.
¡Los chibolos a la obra! (Véase el fallo íntegro en Gonzáles Prada.) Admitamos que este llamado suena a ironía o tomadura de pelo. ¿Estarán los susodichos a la altura de las circunstancias? ¿Los sobrevaloré acaso? ¿Y por qué circunscribir la novísima literatura puneña a este par de grupitos? En primer lugar, la duda los favorece (indubio pro chibolo). A base de sus trabajos sueltos, podemos colegir que el potencial creativo está ahí, listo para ser desplegado. De momento, digamos de ellos que son promesas (no cualquier pelagatos lo es). Ya veremos dentro de un lustro (como mínimo) si nuestras expectativas son colmadas o defraudadas. Dependerá de cada quien si cultiva con ahínco su talento (condición sine qua non para sobrevivir a la selección natural) o tira la toalla (inapelable destino de las especies inferiores). Está en juego el futuro de nuestra literatura; ergo, la responsabilidad es colosal. En segundo lugar, dudo que algún grupillo (léase grupo de pillos) --de esos que, instigados por tutores influyentes, contemplativos y hambrientos de adulación, pululan en cada provincia y cuyos miembros no pasan de ser monigotes ridículos que se las dan de escritores prominentes-- les haga sombra. Al pan, pan y al trago, trago. El núcleo duro de la literatura puneña de “última hora” está constituido por los creadores de “El costillar...” y “Oasis”. Lo demás es pura cáscara. (Salvo prueba en contrario.) ¿Sectarismo? Ni por asomo. ¿O es que algún padrino oligofrénico pretenderá que sus reverendos hijos…putativos (o algo así) sean parte de la élite? ¡Al carajo su despropósito! Porque sólo un huevón sin remedio cedería el timón de las letras puneñas a un jumento presuntuoso (a imagen y semejanza del primero) cuya escritura es una infamante calamidad.
¿Qué será (oh, Alá) de tanto neonato espurio (truhanes, pillos y demás ahijados)? ¿Llamaremos a Herodes? ¿Invocaremos a Malthus? ¿No habría sido más humanitario difundir con antelación la píldora del día siguiente?... Lo cierto es que los bastardos (no necesariamente sin gloria) ya están aquí y no se irán por las buenas. ¿Qué hacer? La paciencia cristiana, en este caso particular, no sirve; la tolerancia democrática, ídem; el efecto del tranquilizante es fugaz (y oneroso). ¿Mirada de desprecio? No basta. ¿Indiferencia? Ni de vainas. Porque aprovechando precisamente nuestra modorra, ciertos impostores, oportunistas, arribistas, sobones, mequetrefes, bufones e ineptos --animados (o arreados) por sus oprobiosos mánagers-- pretenden pasar por representantes exclusivos de la novísima literatura puneña, exponiéndonos al desdén, la conmiseración o la burla de los foráneos... Sigamos, entonces, filosofando a martillazos. ¿Qué los hace tan aborrecibles? Sus poses de divos, sus egolatrías chuscas, sus megalomanías incurables, sus ansias morbosas de figurar a toda costa. Los aludidos harían cualquier cosa con tal de aparecer en una antología de medio pelo --v. gr. entregarse en cuerpo y alma al diablo (léase antólogo). En verdad, estos escribidores patéticos erraron su vocación: ellos tienen pasta para futbolistas, cantantes de cumbia o actores (si soslayamos el físico, claro está). De otra suerte, ¿cómo explicar sus afanes enfermizos de ser admirados, ovacionados, aclamados, piropeados, fotografiados, entrevistados, antologados, homenajeados, laureados, biografiados, canonizados, beatificados, glorificados, inmortalizados, endiosados, venerados, adorados, etcétera, etcétera ? ¿Cómo entender sus necios apetitos de firmar autógrafos y acaparar primeras planas? ¿Cómo interpretar sus vanas esperanzas de ser hostigados por paparazzis y acosados por fans enamoradas (y arrechas)? Antes el aplauso de un millón de ignorantes que la crítica de un hombre inteligente. Para un vanidoso --dice el autor de “El principito”--, el mundo está simplificado: todos los hombres son admiradores suyos. ¡No faltaba más, so cojudos!
Nuestra dizque literatura joven es, en su versión oficial, una burda retahíla de favoritismos, padrinazgos y demás necedades. Los protagonistas de la farsa son obviamente algunos plumíferos de peso (y de paso) y sus penosos ahijados. ¡Pruebas al canto! 1) Érase cierta vez una linda (no me consta) Caperucita, a quien muchos lobos y lobeznos apetecían. Bastó, pues, que la susodicha ostente esa dudosa cualidad extraliteraria, para que la jauría de marras --pretextando, cómo no, algunos versitos plañideros cometidos por su favorita-- la proclame “poeta” con bombos y aullidos. Como resultado, sus congéneres de otras latitudes (¡vaya despistados!) hicieron eco de dicha majadería, metiendo así la pata lobuna. Hoy, la pobrecilla no es más que un resto fósil precoz de la poesía puneña (qué dolor, qué dolor, qué pena). 2) En cierta ocasión, un oscuro aspirante a jurisconsulto llamado Pinocho (valga la redundancia) corría desesperado por los pasillos de su facultad. El tipo, un miope de remate, se equivocó de puerta (en realidad, buscaba el baño) y dio de bruces con un taller de literatura, que a la sazón funcionaba allí. Para salir del apuro y, de paso, ponerse a tono con el ambiente, cogió la pluma y garrapateó cualquier huevada. Más tarde se supo que el garabato ese resultó, en verdad, un cuento magistral. A tal punto que el infalible Geppetto --uno de los gurús del taller-- estampó el nombre de tan eximio neonato en el olimpo de la narrativa puneña. Y lo hizo, omitiendo adrede la mención del, hoy por hoy, único narrador descollante del “post 2000” (mi pata, por si acaso). ¿Quién se acuerda en nuestros días del tal Pinocho? ¡Ni siquiera Geppetto! 3) Había una vez un muñeco diabólico que, con ínfulas de Churata redivivo, bullía en la chuspa de un brujo itinerante. Tan presumido (e ingenuo) era el monigote que tomó los hombros de su amo por el mismísimo parnaso. Una vez allí, emitió sin miramientos sus versos y gestos de monstruito epiléptico, transformando la lírica puneña en el reino del espanto. Su patrón --el nigromante andarín-- catalogó esa barrabasada como un acontecimiento literario sin par. Así pues, ni corto ni perezoso, confirió al espantajo el título privativo de poeta puneño del “post 2000” y proclamó la buena nueva a los cuatro puntos cardinales. Merced a ese gordo (literalmente) favor, el muñeco de marras es, al presente, un polifacético escritor de talla nacional, pues, funge de antólogo, prologuista, columnista, ensayista, crítico literario, amén de poeta. Sólo falta que, emulando a su mentor, oficie también de curandero, chamán y pishtaco. (Colorín colorado, este cuento no se ha acabado.)
No es que me oponga sin más ni más a los padrinajes. Si los escritores mayores quieren ostentar discípulos, ungir herederos o encumbrar favoritos, que lo hagan. Total, están en su derecho. Y si sus preferidos son meros pelagatos (afinidades electivas), allá ellos. Pero que actúen a título personalísimo y no a costa de la literatura puneña. Porque aprovechar un vago prestigio ¿nacional? para aseverar antojadizamente, pero en tono grave, vía ensayos, antologías o artículos que fulanito y zutanito --que me caen bien y me admiran-- y no menganito --que no me da bola ni me saluda-- son los representantes indiscutibles de la literatura puneña última, sin aclarar que esa nueva es un capricho (o sueño) mío, es el colmo de la concha. (Quienes aquí no pintamos nada, sí podemos tomarnos algunas licencias, claro está). Estas predilecciones arbitrarias suelen desalentar o frustrar a los injustamente marginados. Por ejemplo, cuando mi pata arriba citado estaba haciendo sus pinitos narrativos (algo es algo), tuvo que soportar la indiferencia y el ninguneo de los Geppettos de la literatura. Éstos ni siquiera lo mencionaron cuando les cupo elaborar la lista de los nuevos narradores altiplánicos; pero, eso sí, promocionaron a más de un pelafustán (v. gr. Pinocho). ¡Pucha!, mi pobre pata casi se arroja desde el tobogán. Y eso que, para congraciarse con ellos, había escrito puros cuentos andinos. ¡Ja! Ahora no le importa un pito ser lisonjeado por los Geppettos. Tanto peor, mandó a la mierda los temas indigenistas o andinistas y está en la vanguardia de la nueva narrativa puneña.
¿Hay alguna esperanza para los impostores? Tal vez. De ellos depende mudar de actitud (y condición). Un lavado (o rebobinado) de cerebro les haría mucho bien. Para empezar, de nada sirve habitar en las nubes. ¡Aterrizaje forzoso! He ahí el santo remedio. Es preciso, pues, reconocer las limitaciones propias y sudar la gota gorda a fin de superarlas. La literatura no será jamás un acto de masas. Así que, son inútiles los desvelos por la fama y la popularidad. La literatura es incompatible con hinchas, fans y otros papanatas. Un poema o un cuento logrados, a diferencia de los goles o las canciones populacheras, nunca provocarán histerias colectivas. La escritura es más bien un acto solitario, una confrontación con los demonios y los fantasmas interiores. Requiere sacrificio y dedicación. Horas y horas, días y días, meses y meses, años y años, en pos de una palabra, un verso, un párrafo, un poema, un cuento, un ensayo, una novela o cualquier texto que supere (o iguale, como mínimo) la perfección de una hoja en blanco. La literatura no da tregua. Sí, el verdadero escritor es un reo de la perfección. Su condena consiste en pulir su texto incesantemente: si algo queda, quizá esté por fin ante su obra maestra (aunque lo más probable es que se tope con la nada). Si pretende ser inmortal, debe al menos escribir como si lo fuera. El escritor auténtico es, a la par, un lector voraz. Y no sólo de literatura. La filosofía, las ciencias sociales, etc. son igualmente imprescindibles. El literato debe poseer una erudición enciclopédica; caso contrario, es un mero charlatán, un estafador de la cultura, un badulaque digno del látigo o la guillotina. Si deseo que mis obras sean leídas por otros, ¿por qué, carajo, no he de leer las de los demás? Adenda: el plumífero que le haga ascos a la política (¡horror!) es: a) un maricón, b) un cojudo, c) una calabaza irremediable o d) todas las anteriores (¡respuesta correcta!). En Puno, ciertos mentecatos creen, a pie juntillas, que la literatura y la política son como el agua y el aceite. Peor todavía, según ellos la literatura se reduce a chupar, hablar únicamente de mujeres y putear. Y se reputan literatos, los muy mensos…En suma, no es fácil ser escritor. Espero, de corazón, no haber predicado en el desierto.
En fin, la literatura puneña última ya no está representada por la primera hornada del “post 2000”. Lo siento, mis caros amigos, pero no podemos ser eternamente chibolos. Los mongolismos literarios son ridículos e inadmisibles. Si a pesar de los pesares todavía desean publicar algo, adelante. Pero conste que deberán ser obras maduras y logradas; de otra suerte, no podrán esgrimir su presunta juventud como excusa. Repito, ya no podemos andarnos con infantilismos o niñerías. A otros les compete hoy fungir de novísimos escritores. Por ahora, los chibolos de “El costillar...” y “Oasis” llevan la delantera. Esperemos que aparezcan otros más. Si los hijos espurios desean sumarse a la fiesta, ya están al tanto de los requisitos mínimos (releer el párrafo anterior). Porque si no cambian de actitud, en vano llamarán a las puertas de la literatura. Recetas alternativas (sólo para tercos): “únanse al baile / de los que sobran…” o afíliense al sindicato ese, sito en Juliaca --allí vuestros garrapatos, renglones mutilados y demás pavadas, pasarán por poemas espléndidos (palmas, compañeros). En definitiva, a nosotros (chibolos, jóvenes y no tan jóvenes) nos incumbe extirpar los telurismos, los provincianismos, los regionalismos y otras taras folclóricas de la literatura puneña. Si no estamos a la altura de esta magna tarea, larguemos de una vez la pluma al basurero. Que los farsantes obstinados y sus padrinos medren a sus anchas. Y que las letras puneñas --las viejas, las nuevas y las venideras-- sean los eslabones en serie de una cadena infinita, a saber, ¡la misma huevada! Quod scripsi, scripsi.