miércoles, 1 de junio de 2011

¿Con el “Chino” hemos topado?

En el último debate de la segunda vuelta, Ollanta descargó toda su artillería contra la “dictadura” fujimorista, gobierno en el que, según él, Keiko sí tuvo arte y parte. Lo hizo con tanto frenesí que su rival, visiblemente irritada, le espetó que si deseaba debatir con Alberto Fujimori y no con ella, mejor cambiase de escenario.
Se dice que si Keiko se sacudiese de una vez por todas de la sombra de su padre, tendría la victoria asegurada. Empero el asunto no es tan sencillo. La candidata de “Fuerza 2011” nunca habría escalado tan alto si no fuese por su apellido. Ser hija del presidente más odiado de la historia la catapultó paradójicamente a los umbrales del palacio de gobierno. Hace 5 años fue la congresista más votada (en esta elección la suerte le tocó a su hermano Kenji). Indicio razonable de que hay gente que rememora el gobierno del “Chino” con nostalgia. Sin embargo, ser la primogénita también podría costarle el sillón presidencial.

Sin duda, durante este tramo de la campaña, Keiko recibió el apoyo cerrado de un gran sector de la prensa nacional (máxime escrita y televisiva). Pero no es menos cierto que con los medios de comunicación locales, como casi todos los de Puno por ejemplo, ocurrió lo contrario. Es decir, ataques virulentos, infundiosos y, sobre todo, mezquinos contra el fujimorismo y lambisconerías superlativas para con Ollanta. Y claro, el centro de las pullas (y las puyas) fue antes que Keiko su pobre viejo, esa plaga nipona alias el “Chino”, y todo lo que significó su reinado, de cuya inminente restauración dios nos libre.
Pero ¿qué pecados vitandos e imperdonables perpetró Alberto Fujimori para merecer tanto encono? ¿Es que tan calamitoso e infame fue su gobierno? ¿Nada en absoluto le debemos los peruanos? Ciertamente no pocos errores debió cometer el “Chino”, tanto así que la candidata de “Fuerza 2011”, abrumada por la culpa (y las encuestas, nada alentadoras), pidió perdón al país (en el nombre del padre, de la hija, etc.)
Dizque Fujimori fue lo peor que le pudo pasar al Perú. Genocida, violador de derechos humanos, golpista, dictatorial, corrupto, ladrón, neoliberal, vendepatria (el orden de los factores no altera el horrendo producto). He ahí algunos adjetivos “inherentes” al gobierno del “Chino”. Motivos más que suficientes para condenarlo al oprobio eterno. ¿Ah sí?
A ver, a ver. Las palabrejas “neoliberal” y “vendepatria” nos remiten a un modelo económico satanizado hasta la nausea por la izquierda: el libre mercado. Recordemos que Fujimori heredó de García una economía en ruinas, aislada e inviable, producto de políticas estatistas y populistas tan caras a los caviares. Urgía pues estabilizarla, introducir en ella reformas estructurales y finalmente reinsertar al país en la comunidad económica internacional. Logros impensables sin el concurso de la “economía social de mercado”, instaurada en la nueva constitución “fujimontesinista”.
¿Y la privatización? ¿Acaso ese “Chino” (con che) no remató a diestra y siniestra nuestras empresas y riquezas? ¿Y qué hay de los miles de peruanos que se quedaron sin chamba? Sucede que las empresas esas, especializadas en bancarrota e infestadas por una burocracia parasitaria y descomunal, eran modelos platónicos de ineficiencia y despilfarro. Había pues que redefinir el sector público: dejar al Estado lo que es del Estado y al mercado lo que es del mercado (aunque no suene muy bonito). Así que la reforma de la constitución, que dio pie a la del 93 (ese pérfido mamarracho), está plenamente justificada. Y no sólo en el capítulo económico.
El mismo Toledo, cuando en el 2000 pretendía suceder a Fujimori, admitía que éste había construido el “primer piso”. Déjeme a mí hacer el segundo, le instaba el “Cholo”. A fin de cuentas, todos los países del primer mundo pertenecen en nuestros días a la liga del libre mercado, el resto (que espanta inversiones a punta de paros, saqueos y chicotes) vegeta aún en la miseria y atrae subdesarrollo a manos llenas. O sea, lo que al ojo zurdo se le antoja un gravísimo cargo resulta en verdad un logro formidable (el obligatorio paso inicial).
“Corrupto” y “ladrón”. Estas imputaciones despiden un tufo mareador de cinismo e hipocresía. Se parte de un supuesto grotesco y falaz, a saber, antes del “fujimorato” el Perú era un fabuloso reino habitado por ángeles, santos y Dalai Lamas de la virtud y la moralidad. Como si la maléfica analogía Estado = botín fuese una innovación fujimorista; como si recién con el “Chino” se hubiese inaugurado la década del saqueo; como si la corrupción no fuese un achaque tenaz de la sociedad peruana. Resulta chocante ver a tantos inquisidores y detractores de Fujimori, que han hecho de la corrupción (al por mayor o al menudeo) su forma de vida, pegarla ahora de moralistas e inmaculadas palomas.
Que Montesinos, el brazo derecho del “Chino”, sea el prototipo del corrupto perulero, nadie lo niega. Que esta marea purulenta haya salpicado al presidente, vale (en todo caso, corresponde a los órganos de justicia demostrar su culpabilidad). Pero, ¡por favor!, la corrupción es una práctica consuetudinaria, un patrimonio nefando de los peruanos, que hasta provoca risa que alguien le haga ascos tan farisaicamente. Montesinos tuvo el desparpajo de documentarla, he ahí la única diferencia. Es decir, nos echó en cara, maldita sea, esa íntima podredumbre que habríamos preferido no ventilar jamás. Bien dicen que los políticos no son ni más ni menos corruptos que las sociedades donde actúan. No seamos tan hipócritas.
“Golpista” y “dictatorial”. ¡Bah! Fujimori disolvió el congreso y dio el llamado autogolpe porque no tenía otra opción. Fue una astuta jugada democrática, sí, genuinamente democrática. La oposición, que contaba con mayoría parlamentaria, pretendía no sólo sabotear su gobierno sino vacarlo sin más ni más, pisoteando así el mandato del pueblo. El “Chino” tenía que desembarazase sí o sí de ese colosal escollo en pro de la democracia. Morir o matar, esa era la cuestión. Además gozaba del apoyo popular, a tal punto que en el 95 fue reelegido en primera vuelta. Ridícula pantomima, quienes le enrostran un presunto autoritarismo, son precisamente los partidarios de un golpista reincidente, “el teniente coronel pasado al retiro Ollanta Humala” (Bayly dixit).
Finalmente es el turno de las acusaciones estrella (ta ta ta taaaaaan): “genocida” y “violador de derechos humanos”. Vamos al grano. La intención oculta de los alharaquientos que las esgrimen es empañar el logro capital de Fujimori: la derrota del terrorismo. El Perú es aun hoy un hervidero de izquierdistas de toda laya. La captura del “legendario” Abimael Guzmán significó para la innumerable caterva de militantes, simpatizantes e hinchas de Sendero, incluso para los abanderados de la izquierda “decente” (que en su fuero interior veían en Guzmán al revolucionario consecuente que la cobardía les impedía emular), una auténtica humillación ideológica.
Verbigracia hay un célebre escritor puneño que habla pestes del “Chino”. Pocos saben que ese plumífero es en realidad un incondicional de su presidente Gonzalo. Y no estamos ante un caso aislado. Los intelectuales (y no sólo intelectuales) que admiran a Sendero se cuentan por centenas, si no por millares. He ahí el porqué de su morbo antifujimorista. Por eso claman venganza. La aniquilación del terrorismo es para ellos sinónimo de “genocidio”. ¿Esperaban acaso que el Estado agitara banderitas blancas o combatiera balas y bombas con besos y abrazos? En verdad, los derechos humanos les importa un rábano (salvo que favorezcan a sus compinches, claro está). ¿Se puede esperar lo contrario de los prosélitos de una pandilla sanguinaria?
No se pretende aquí refutar la totalidad de los cargos endilgados arteramente a Fujimori, tampoco desacreditar los fidedignos. No todas sus acciones son justificables. Si los tribunales lo hallan culpable (en última instancia), tendrá que atenerse a las consecuencias. El “Chino” es sólo un ser humano, no un dechado de perfección ni infalible como el romano pontífice. Por otro lado, sus logros aquí citados son apenas los más representativos. La lista es larguísima. Hoy que está de moda escarnecer su gobierno tan sórdidamente y sin asomo de justicia, es menester reivindicar su obra sin medias tintas y en honor a la verdad.
En su libro titulado “En defensa de Fujimori” (al que este artículo le adeuda ciertas ideas y argumentos), el economista puneño Hugo Zea Barriga se pregunta por qué el presidente que alcanzó los mayores logros de la historia es paradójicamente el más vilipendiado. Quizá tenga que transcurrir mucho tiempo aún para al fin calibrar con justicia el gobierno del “Chino”. “Hasta después de pasado un siglo, era imposible evaluar los logros de la Revolución Francesa”, le dijo Santiago Fujimori a Sally Bowen refiriéndose al lugar de su hermano en la historia del Perú. ¿Es muy descabellada su analogía?
Keiko no tiene por qué avergonzarse de las cosas buenas que nos dejó su padre, antes bien puede defenderlas a todo pulmón. Está en su derecho. El cimiento real de su candidatura (la obra del “Chino”) no ha perdido consistencia. Si la candidata de “Fuerza 2011” se propone corregir los errores del pasado y retomar con ahínco la tarea inconclusa, nuestro porvenir no será tan funesto como ciertos seudoprofetas del humalismo quisieran.