martes, 16 de marzo de 2010

EL DISCURSO ERÓTICO EN «DÉBORA ROJAS» DE JAVIER NÚÑEZ

0. Introito
En este breve artículo me propongo examinar el discurso erótico en “Débora Rojas”, una de las ocho historias que Javier Núñez agrupó en el volumen titulado “Salomé y otros cuentos” (2009) (1). Para tal efecto recurriré al psicoanálisis lacaniano, aprovechando el marco teórico --discurso erótico (Lacan)-- que emplea Marianella Collete para analizar “Elogio de la madrastra” de Mario Vargas Llosa (2).
I. Argumento
Hernán, cabecilla de una mafia, se enamora de una voluptuosa joven llamada Débora Rojas. La muchacha, famosa por su conducta lasciva (3), no asiste a la cita amorosa que tenía con él. Hernán quiere darle un escarmiento y ordena a sus dos agentes que la secuestren. Aprisionada y con los ojos vendados, los esbirros la entregan al jefe. Éste resuelve ultrajarla. Antes de ejecutar su plan, pide que le quiten la venda, a fin de que Débora lo reconozca. Sin embargo, luego de contemplar detenidamente los ojos de la chica, coge su revólver y dispara contra sus hombres.
Ahora bien, ¿cómo entender el arrebato homicida, en apariencia harto incoherente, de Hernán? ¿No es acaso innecesario e incluso absurdo el sacrificio de los pobres agentes? Y, por último, ¿qué papel representa Débora en este embrollo pasional? Las explicaciones pueden ser múltiples y variopintas, las más de ellas, hueras y banales. No obstante, a la luz del psicoanálisis lacaniano, la historia se torna de sumo inteligible.
II. Discurso erótico
Desde la óptica del psicoanálisis lacaniano, el discurso erótico está regido por la ley del deseo que, representada por la figura paterna, el sujeto de deseo por excelencia, busca la sumisión incondicional del objeto erótico, que viene a ser el cuerpo de la mujer, un espacio simbólico donde el sujeto ejerce su poder omnímodo, si bien edípicamente amenazado por el despojo (Collete 2001). El discurso erótico está siempre ligado al Eros masculino; mientras que el discurso amoroso es de naturaleza femenina y “…busca el retorno hacia la unidad indiferenciada con el cuerpo de la madre” (Ibíd. 555).
La dinámica edípica, sostiene Collete (siguiendo a Lacan), consiste en la interacción de tres funciones: la del padre, la de la madre y la del sujeto del lenguaje. En “Débora Rojas”, es Hernán, el jefe, quien cumple la función paterna, es decir, personifica la ley del padre o prohibición del incesto. “Su objetivo primordial es mantener unidos de una manera inseparable al deseo y la ley” (Ibíd. 556). Por otro lado, la función materna, objeto primario de deseo o cuerpo de la madre, está representada por Débora. Finalmente, la función del sujeto del lenguaje o de la ley está encarnada por los dos agentes, quienes deben “…acatar e internalizar la prohibición del incesto” (Ibíd. 556).
III. Predominio del Eros masculino
El discurso erótico del jefe, esto es, su intención de subyugar al objeto de deseo (Débora), salta a los ojos al instante. “Hernán se puso las gafas oscuras, guardó la pistola en el bolsillo de la chaqueta y se dirigió a la cochera. Jamás debiste conocerme. No sabes el poder que tengo. Soy capaz de todo cuando me recargan el hígado. Ahora verás quién soy” (p. 21). Hernán pretende que Débora obedezca sumisamente su mandato, pero ella lo infringe. La autoridad del Eros masculino ha sido burlada. Urge, pues, reimplantar la legalidad paterna cuanto antes. El revólver es un símbolo fálico del poder que Hernán ejerce sobre los demás. “Las promesas se cumplen, por si no lo sabías…Carajo, me has involucrado en tus juegos…Te daré una buena lección, estás advertida” (pp. 21-22).
Hernán codicia el cuerpo de Débora. “La había visto esbelta y coqueta, con unas caderas bien formadas, y había advertido también su mirada de gata seductora” (p. 21). Se trata de un espacio simbólico donde el sujeto quiere imponer su voluntad y legalidad. A efectos de someter a la díscola muchacha, el jefe recurre al auxilio de terceros, el Agente 1 y el Agente 2, los sujetos del lenguaje. “Buenas noches, ¿con quién tengo el gusto? Con el Agente 2, jefe. Dígame. La tenemos. Buen trabajo, muchachos” (p. 21). Así pues, se configura la estructura triangular del complejo edípico.
No obstante, los esbirros de Hernán deberán acatar la ley del padre, o sea, respetar el objeto originario de deseo o cuerpo de la madre (“no regresarás al útero de tu progenitora”), bajo pena de muerte o castración. “En unos minutos llego, espérenme, y no la toquen” (p. 21). Por supuesto, los agentes conocen a la perfección el alcance de la prohibición, empero, no dejan de acariciar ideas transgresoras. La amenaza edípica del despojo es una constante en la trama. “¿Cómo la ves? Súper. Me imagino. ¿Y tú? Me tiene loco; ya quisiera estar con ella. Ni la toques. Claro que no” (p. 22). Hay a la par asomos de un discurso amoroso. “¿Te has dado cuenta?; es bonita, y me da pena verla así. No seas sentimental. ¿Sabes?; esta mujer me inspira cariño” (p. 22).
El jefe propicia la intervención de los súbditos; sin embargo, el área de permisión que establece para ellos está regida por la ley del padre. Los esbirros se adentran, a instancias del propio Hernán, en el espacio íntimo del poder paterno. “Desvístela. El Agente 1 se le acercó en el acto (…) Terminó de despojarle de sus ropas frágiles con mucho esfuerzo. Ella quedó con las prendas íntimas que eran negras como sus cabellos” (p. 23). Estamos ante una agresión contra la integridad física y moral de la chica (madre), una acción tendiente a humillarla y, si se quiere, domarla. “Súbele las piernas hasta los hombros y sujételas con esas cuerdas (…) Hernán se bajó el pantalón y el calzoncillo, y se dispuso ha consumar el acto” (p. 24).
Con la anuencia del jefe, los agentes han ido demasiado lejos. Ahora aquél está arrepentido (o finge estarlo). “Hernán vio esos ojos llenos de lágrimas y se quedó mirándolos con detenimiento” (p. 24). A fin de cuentas, la ley paterna ha sido transgredida sin querer. Es menester, entonces, reestablecer el orden. “Sin decir palabra alguna se subió el pantalón, se acercó a su chaqueta tirada en el sofá y se la puso encima. Introdujo la mano en el bolsillo, sacó la pistola y disparó contra los dos Agentes” (p. 24). Esto “… representa en términos edípicos la aceptación de la ley sin cuestionamientos que significa la castración o muerte” (Collete 2001, 555). El revólver, ese emblema de virilidad, afianza la autoridad del padre-jefe sobre los hijos-súbditos (4).
IV. Epílogo
En “Débora Rojas” observamos, pues, el predominio absoluto del Eros masculino. El sujeto de deseo (Hernán) somete con éxito al objeto erótico (Débora), quien, a despecho del primero, había adoptado una actitud desobediente e insumisa. Asimismo castiga con rigor (castración o muerte) a los sujetos del lenguaje (Agentes 1 y 2), cuando éstos transgreden, sin querer, la ley de padre (o prohibición del incesto). El discurso erótico de Hernán, el jefe, triunfa largamente.
Notas
(1) En el boletín literario Cascada de Fuego, Nº 1, Puno - 2009, reseñé así el mencionado libro:
La narrativa puneña del siglo naciente (post 2000) tiene en Javier Núñez a su representante por antonomasia. No existe entre sus coetáneos otro narrador tan perseverante y con rasgos tan nítidos y definidos. Su primera parición en la escena literaria se produjo en 2005, con la publicación de “Espejos de bronce”, al alimón con Franklin Ramos, libro que, pese a su temática predominantemente andina (“El amuleto del Inti” era el título que reunía la producción cuentística de Núñez) y a su carácter promisorio, fue olímpicamente ignorado en un recuento (atiborrado de autores intrascendentes) que se hizo por aquella época.
Salomé y otros cuentos viene a ser una selección (que pudo haber sido mejor) del abundante material inédito que posee Javier Núñez. De los ocho cuentos que integran este volumen, sólo “Clara Luz” (que ahora se publica con ligeras correcciones formales) pertenece a “Espejos de bronce”; los demás son producto del trabajo más reciente del autor. Sin embargo, todos están dominados, en mayor o menor grado, por el tema erótico.
Se trata de una propuesta que se enmarca dentro de la narrativa actualmente en boga. Los personajes, en su mayoría jóvenes, son libertinos sexuales que pisotean convencionalismos como el amor romántico o la fidelidad. Bares, hoteles y clubes son los escenarios urbanos que configuran el universo orgiástico donde acontecen las historias de Núñez. El ritmo del relato, gracias a un lenguaje ágil y fluido, y la admirable “saturación” de técnicas narrativas, se adecuan perfectamente a la vida vertiginosa de los personajes.
Salomé y otros cuentos es una ficcionalización de la faceta sensual de la vida humana, que lleva aparejada una posición implícita frente a la vida y al mundo. El hedonismo, que parecer ser el único patrón de vida de los personajes, refleja la crisis mundial de los metarrelatos políticos, económicos, sociales, científicos y mítico-religiosos, los cuales ya no pueden dar coherencia ni cohesión a nuestra visión del mundo. Implica demás que las capas más propensas a este descreimiento posmoderno están representadas por la juventud.
Con Salomé y otros cuentos, Javier Núñez se aleja a pasos agigantados de su edad de piedra, representada en gran medida por su primer libro, y desbroza el obligado camino que habrá de tomar la nueva narrativa puneña.
(2) La intención de Collete es evidenciar en dicha novela “…el interjuego que se entabla entre el discurso erótico y el discurso amoroso, y cómo este último tiene la capacidad de anular y subvertir el mandato masculino vehiculizado como ley del padre, que canaliza desde el inconciente de la colectividad hacia la familia la prohibición del incesto” (Collete 2001, 555). Don Rigoberto, doña Lucrecia y Fonchito, respectivamente, conforman los polos de un triángulo edípico: el sujeto, el objeto y el otro. La pugna entre el discurso erótico (Don Rigoberto) y el discurso amoroso (Fonchito) desestabiliza, pues, merced a una transgresión --la relación “incestuosa” entre la madrastra doña Lucrecia y su hijastro Fonchito-- la estructura edípica de la familia.
Respecto al discurso erótico --“…la dinámica edípica como un interjuego de tres funciones” (Ibíd. 556)--, Collete elabora su marco teórico a base de dos trabajos del psicoanalista francés Jacques Lacan: “Del mito a la estructura” y “Edipo, Moisés y el padre de la horda”. Es necesario aclarar que el psicoanálisis lacaniano no se reduce ni mucho menos a dichos aspectos, motivo por el cual, el presente artículo --deudor del esquema conceptual de Collete (2001)-- no tiene casi puntos en común con otras “lecturas lacanianas” conocidas en nuestro medio. Véase, verbigracia, Espezúa (2000) o Centeno (2003).
(3) Las mujeres que protagonizan las historias de “Salomé y otros cuentos” son, en su generalidad, unas putas. Otto Weininger sostuvo a principios del siglo pasado que el interés vital de la mujer era únicamente sexual. Para este filósofo alemán, la mujer tenía dos modalidades arquetípicas: la Madre y la Prostituta. Esta última perseguía las relaciones sexuales por sí mismas, mientras que la primera lo hacía con el fin de procrear (Klein 1965; Žižek 2005). Los cuentos de Núñez parecen confirmaciones elocuentes de la tesis de Weininger. Las putas que habitan este mundo posible no tienen otro leitmotiv que la lujuria.
En el libro encontramos además otros rasgos que, según la tradición machista o patriarcal, configuran el “carácter femenino”, por ejemplo: la pasividad, el emocionalismo, la ausencia de intereses abstractos, una mayor intensidad en las relaciones personales, etc. (Klein 1965). Esa imagen de la mujer es, sin embargo, una construcción discursiva incapaz de reflejar la “esencia femenina”, muy a pesar de que ésta sea su intención expresa, ya que, en el fondo, la mujer prototípica de Núñez no deja de ser --como dice Slavoj Žižek, filósofo y psicoanalista esloveno, refiriéndose a la figura de la femme fatale en el film noir-- un “…fantasma masculino, es decir,... [una] criatura cuyos contornos son diseñados por el hombre” (Žižek 2005, 157).
(4) Esbozo aquí otra posible explicación de la historia. Débora es equiparable también a la femme fatale: la mujer fatal que provoca la ruina del hombre. Así es que, al cuento materia de análisis le es perfectamente aplicable lo que dice Slavoj Žižek del film noir: “El rol principal es desempeñado por la tercera persona (en general, por el jefe de la banda), a quien pertenece «legalmente» la femme fatale: su presencia se vuelve inaccesible y le confiere a su relación con el héroe la marca de la transgresión. Por medio de su vínculo con ella, el héroe traiciona la figura paternal que es también su jefe”. (Žižek 2005, 157). En “Débora Rojas”, el Agente 1 y el Agente 2 están subordinados a Hernán, el cabecilla de la mafia, cuyo papel en la historia es de lejos preponderante. Naturalmente él es el dueño indiscutible de la muchacha. Ella representa para los esbirros un objeto prohibido. Cualquier trato con ella es indicio de gravísima infracción, esto es, una traición al padre-jefe que a los agentes les cuesta la vida.
Obras citadas
• CENTENO, Bladimiro (2003): «Lectura lacaniana de “Una aventura nocturna”». En El imaginario de la palabra. Puno: UNA, pp. 28 – 37.
• COLLETE, Marianella (2001): “El discurso amoroso en Elogio de la madrastra”. En Roland Forgues (ed.): Mario Vargas Llosa, escritor, ensayista, ciudadano y político. Lima: Minerva, pp. 553 – 565.
• ESPEZÚA, Dorian (2000): Entre lo real y lo imaginario. Una lectura lacaniana del discurso indigenista. Lima: UNFV.
• KLEIN, Viola (1965): El carácter femenino. Historia de una ideología. Buenos Aires: Paidós.
• NÚÑEZ, Javier (2009): Salomé y otros cuentos. Puno: Hijos de la lluvia - LagOculto.
• ŽIŽEK, Slavoj (2005): Las metástasis del goce. Seis ensayos sobre la mujer y la causalidad. Buenos Aires: Paidós.

miércoles, 24 de febrero de 2010

¿LITERATURA PUNEÑA DE «ÚLTIMA HORA»? De chibolos, bastardías, padrinajes y mongolismos

A decir verdad, la inmensa mayoría de los que fueron catalogados en su momento como representantes de la novísima literatura puneña --tal vez cinco, redondeando a la mala (y, por supuesto, expectorando en bloque a recomendados, ahijados, pupilos, aduladores, mascotas, queridas y otros embaucadores)-- están ad portas de la base tres. Sin embargo, hasta ahora, ninguno de ellos ha publicado algo que, en verdad, valga la pena. (Ojo, no me refiero solamente a los poetas.) Sus escritos andan sueltos en boletines y periódicos que hace tiempo fueron desplazados incluso del tacho. Para enumerar sus cándidos libritos basta una sola mano (aun si a ésta le faltan dedos). El aporte, hay que decirlo sin rodeos, es “todavía” mínimo. El tiempo y la paciencia se agotan (pregunten a Penélope). La promesa huele ya a fraude y podredumbre. Si los frutos continúan así de exiguos, los ex chibolos del “post 2000” llegarán sin pena (!) ni gloria a la edad de Cristo. Sí, en menos que canta un gallo, estos mesías frustrados serán ineluctablemente crucificados, muertos y sepultados… (¿Quién podrá resucitarlos?)
Hay que aceptar, claro está, que sus composiciones --a diferencia de los pingües libracos (óptimos para animar la noche de San Juan) de los truhanes arriba inventariados-- ostentan cierto valor literario; no obstante, es preferible pecar de exigentes que caer en vanas complacencias, ovaciones lacayunas y sobrestimaciones bobas. Porque no se trata de seguir escribiendo a cántaros, con estulticia y resignación dignas de primates con chullo, pavadas destinadas únicamente a colmar el hospicio ese llamado “literatura regional”. Tampoco se trata de parangonar las creaciones de los neófitos con las de huacos y momias, jubilados y pensionistas, borrachines y zánganos, politicastros y burócratas, que a la par fungen de poetudos o cuenteros (y cuyos nombres y engendros infestan las antologías de la región), para deducir alegremente que hay “continuidad” o, a lo mejor, “salto cualitativo”. ¿Es acaso una gran epopeya empatar (o golear) a un equipo de paralíticos y lisiados?
Ya es hora de echar por el suelo las puertas del parnaso (con portero y todo), ceder el paso a los más jóvenes --los auténticos chibolos-- y espantar a los retardados mentales (¿“post 2000”?). La edad promedio de los novísimos, si existen, tendría que ser veinte años (tal vez un poquito más). A estas alturas, deberíamos estar familiarizados con sus balbuceos, berridos y berrinches. ¿Puede alguien dar razón de ellos? Sí, claro. Creo que hay, por lo menos, dos colectivos literarios atendibles. Ambos germinaron durante el último trienio en la Facultad de Educación (de la UNA-Puno, obvio). Los prolíficos muchachos que los integran estudian, sin duda alguna, Lengua, literatura, psicología y filosofía. (¿Se lo deberán “todo” a sus muy magníficos “catedráticos”? ¡Bah! Quizá un mendrugo, pero a lo sumo a dos o tres). El primer grupo --digamos el de los “mayores”-- es el más dinámico y tiene alrededor de seis miembros, quienes despuntaron bien pronto, cuando cachimbos, y andan a la brega hasta hoy. En el periodo 2008-2009, editaron con alternación dos boletines: “Al desnudo” y “Heskribidores”, ambos incipientes todavía y de circulación limitada, pero promisorios. Al presente acaban de dar a luz “El costillar de Rosinante [sic]… (Bacterias, sueños y versos)”, un boletín-póster ambicioso, ingenioso y (al menos por el tamaño) monumental, una muestra palpable de progreso y superación. El segundo grupo --el de los “menores”-- es el más modesto y cuenta con cuatro integrantes más o menos. Ellos publican “Oasis”, boletín de literatura y cultura, cuyos dos primeros números (2008 y 2009, respectivamente) trascendieron con holgura las aulas universitarias, merced al aporte intelectual --consistente en refritos-- de escritores veteranos.
Ciertamente, no podemos hablar aún de individualidades. Los poemas, cuentos y artículos de los más jóvenes están desperdigados en los mencionados boletines. Si clasificamos los textos según sus respectivos autores, advertiremos que la cuantía asignada a cada quien es irrisoria (v. gr. a fulano le corresponde cuatro relatos; a mengano, tres poemas; a zutano, un artículo, etc.). En consecuencia, si quisiéramos “criticar” y/o “valorar” la producción personal de cada uno de estos novísimos, el corpus resultaría de lejos insuficiente. Empero, lo que por ahora cuenta es la meritoria contribución a la literatura puneña, fruto de la convergencia de esfuerzos. Sabemos de sobra que en los ambientes “intelectuales” (máxime provincianos) campean megalomanías, egoísmos, narcisismos, rivalidades, enconos, envidias, mezquindades, resentimientos, frustraciones y demás lacras --no seré yo quien tire la primera piedra-- que obstaculizan o imposibilitan los proyectos colectivos (sobre todo generacionales). Nos consta asimismo que la publicación de revistas o boletines literarios --salvo que se trate de adefesios impresentables-- demanda ingentes recursos económicos y humanos. Así pues, el empeño cultural de los muchachos reunidos en torno a “El costillar...” y “Oasis” es loable y ejemplar. Si la faena grupal se mantiene con firmeza, las voces individuales no tardarán en descollar.
¡Los chibolos a la obra! (Véase el fallo íntegro en Gonzáles Prada.) Admitamos que este llamado suena a ironía o tomadura de pelo. ¿Estarán los susodichos a la altura de las circunstancias? ¿Los sobrevaloré acaso? ¿Y por qué circunscribir la novísima literatura puneña a este par de grupitos? En primer lugar, la duda los favorece (indubio pro chibolo). A base de sus trabajos sueltos, podemos colegir que el potencial creativo está ahí, listo para ser desplegado. De momento, digamos de ellos que son promesas (no cualquier pelagatos lo es). Ya veremos dentro de un lustro (como mínimo) si nuestras expectativas son colmadas o defraudadas. Dependerá de cada quien si cultiva con ahínco su talento (condición sine qua non para sobrevivir a la selección natural) o tira la toalla (inapelable destino de las especies inferiores). Está en juego el futuro de nuestra literatura; ergo, la responsabilidad es colosal. En segundo lugar, dudo que algún grupillo (léase grupo de pillos) --de esos que, instigados por tutores influyentes, contemplativos y hambrientos de adulación, pululan en cada provincia y cuyos miembros no pasan de ser monigotes ridículos que se las dan de escritores prominentes-- les haga sombra. Al pan, pan y al trago, trago. El núcleo duro de la literatura puneña de “última hora” está constituido por los creadores de “El costillar...” y “Oasis”. Lo demás es pura cáscara. (Salvo prueba en contrario.) ¿Sectarismo? Ni por asomo. ¿O es que algún padrino oligofrénico pretenderá que sus reverendos hijos…putativos (o algo así) sean parte de la élite? ¡Al carajo su despropósito! Porque sólo un huevón sin remedio cedería el timón de las letras puneñas a un jumento presuntuoso (a imagen y semejanza del primero) cuya escritura es una infamante calamidad.
¿Qué será (oh, Alá) de tanto neonato espurio (truhanes, pillos y demás ahijados)? ¿Llamaremos a Herodes? ¿Invocaremos a Malthus? ¿No habría sido más humanitario difundir con antelación la píldora del día siguiente?... Lo cierto es que los bastardos (no necesariamente sin gloria) ya están aquí y no se irán por las buenas. ¿Qué hacer? La paciencia cristiana, en este caso particular, no sirve; la tolerancia democrática, ídem; el efecto del tranquilizante es fugaz (y oneroso). ¿Mirada de desprecio? No basta. ¿Indiferencia? Ni de vainas. Porque aprovechando precisamente nuestra modorra, ciertos impostores, oportunistas, arribistas, sobones, mequetrefes, bufones e ineptos --animados (o arreados) por sus oprobiosos mánagers-- pretenden pasar por representantes exclusivos de la novísima literatura puneña, exponiéndonos al desdén, la conmiseración o la burla de los foráneos... Sigamos, entonces, filosofando a martillazos. ¿Qué los hace tan aborrecibles? Sus poses de divos, sus egolatrías chuscas, sus megalomanías incurables, sus ansias morbosas de figurar a toda costa. Los aludidos harían cualquier cosa con tal de aparecer en una antología de medio pelo --v. gr. entregarse en cuerpo y alma al diablo (léase antólogo). En verdad, estos escribidores patéticos erraron su vocación: ellos tienen pasta para futbolistas, cantantes de cumbia o actores (si soslayamos el físico, claro está). De otra suerte, ¿cómo explicar sus afanes enfermizos de ser admirados, ovacionados, aclamados, piropeados, fotografiados, entrevistados, antologados, homenajeados, laureados, biografiados, canonizados, beatificados, glorificados, inmortalizados, endiosados, venerados, adorados, etcétera, etcétera ? ¿Cómo entender sus necios apetitos de firmar autógrafos y acaparar primeras planas? ¿Cómo interpretar sus vanas esperanzas de ser hostigados por paparazzis y acosados por fans enamoradas (y arrechas)? Antes el aplauso de un millón de ignorantes que la crítica de un hombre inteligente. Para un vanidoso --dice el autor de “El principito”--, el mundo está simplificado: todos los hombres son admiradores suyos. ¡No faltaba más, so cojudos!
Nuestra dizque literatura joven es, en su versión oficial, una burda retahíla de favoritismos, padrinazgos y demás necedades. Los protagonistas de la farsa son obviamente algunos plumíferos de peso (y de paso) y sus penosos ahijados. ¡Pruebas al canto! 1) Érase cierta vez una linda (no me consta) Caperucita, a quien muchos lobos y lobeznos apetecían. Bastó, pues, que la susodicha ostente esa dudosa cualidad extraliteraria, para que la jauría de marras --pretextando, cómo no, algunos versitos plañideros cometidos por su favorita-- la proclame “poeta” con bombos y aullidos. Como resultado, sus congéneres de otras latitudes (¡vaya despistados!) hicieron eco de dicha majadería, metiendo así la pata lobuna. Hoy, la pobrecilla no es más que un resto fósil precoz de la poesía puneña (qué dolor, qué dolor, qué pena). 2) En cierta ocasión, un oscuro aspirante a jurisconsulto llamado Pinocho (valga la redundancia) corría desesperado por los pasillos de su facultad. El tipo, un miope de remate, se equivocó de puerta (en realidad, buscaba el baño) y dio de bruces con un taller de literatura, que a la sazón funcionaba allí. Para salir del apuro y, de paso, ponerse a tono con el ambiente, cogió la pluma y garrapateó cualquier huevada. Más tarde se supo que el garabato ese resultó, en verdad, un cuento magistral. A tal punto que el infalible Geppetto --uno de los gurús del taller-- estampó el nombre de tan eximio neonato en el olimpo de la narrativa puneña. Y lo hizo, omitiendo adrede la mención del, hoy por hoy, único narrador descollante del “post 2000” (mi pata, por si acaso). ¿Quién se acuerda en nuestros días del tal Pinocho? ¡Ni siquiera Geppetto! 3) Había una vez un muñeco diabólico que, con ínfulas de Churata redivivo, bullía en la chuspa de un brujo itinerante. Tan presumido (e ingenuo) era el monigote que tomó los hombros de su amo por el mismísimo parnaso. Una vez allí, emitió sin miramientos sus versos y gestos de monstruito epiléptico, transformando la lírica puneña en el reino del espanto. Su patrón --el nigromante andarín-- catalogó esa barrabasada como un acontecimiento literario sin par. Así pues, ni corto ni perezoso, confirió al espantajo el título privativo de poeta puneño del “post 2000” y proclamó la buena nueva a los cuatro puntos cardinales. Merced a ese gordo (literalmente) favor, el muñeco de marras es, al presente, un polifacético escritor de talla nacional, pues, funge de antólogo, prologuista, columnista, ensayista, crítico literario, amén de poeta. Sólo falta que, emulando a su mentor, oficie también de curandero, chamán y pishtaco. (Colorín colorado, este cuento no se ha acabado.)
No es que me oponga sin más ni más a los padrinajes. Si los escritores mayores quieren ostentar discípulos, ungir herederos o encumbrar favoritos, que lo hagan. Total, están en su derecho. Y si sus preferidos son meros pelagatos (afinidades electivas), allá ellos. Pero que actúen a título personalísimo y no a costa de la literatura puneña. Porque aprovechar un vago prestigio ¿nacional? para aseverar antojadizamente, pero en tono grave, vía ensayos, antologías o artículos que fulanito y zutanito --que me caen bien y me admiran-- y no menganito --que no me da bola ni me saluda-- son los representantes indiscutibles de la literatura puneña última, sin aclarar que esa nueva es un capricho (o sueño) mío, es el colmo de la concha. (Quienes aquí no pintamos nada, sí podemos tomarnos algunas licencias, claro está). Estas predilecciones arbitrarias suelen desalentar o frustrar a los injustamente marginados. Por ejemplo, cuando mi pata arriba citado estaba haciendo sus pinitos narrativos (algo es algo), tuvo que soportar la indiferencia y el ninguneo de los Geppettos de la literatura. Éstos ni siquiera lo mencionaron cuando les cupo elaborar la lista de los nuevos narradores altiplánicos; pero, eso sí, promocionaron a más de un pelafustán (v. gr. Pinocho). ¡Pucha!, mi pobre pata casi se arroja desde el tobogán. Y eso que, para congraciarse con ellos, había escrito puros cuentos andinos. ¡Ja! Ahora no le importa un pito ser lisonjeado por los Geppettos. Tanto peor, mandó a la mierda los temas indigenistas o andinistas y está en la vanguardia de la nueva narrativa puneña.
¿Hay alguna esperanza para los impostores? Tal vez. De ellos depende mudar de actitud (y condición). Un lavado (o rebobinado) de cerebro les haría mucho bien. Para empezar, de nada sirve habitar en las nubes. ¡Aterrizaje forzoso! He ahí el santo remedio. Es preciso, pues, reconocer las limitaciones propias y sudar la gota gorda a fin de superarlas. La literatura no será jamás un acto de masas. Así que, son inútiles los desvelos por la fama y la popularidad. La literatura es incompatible con hinchas, fans y otros papanatas. Un poema o un cuento logrados, a diferencia de los goles o las canciones populacheras, nunca provocarán histerias colectivas. La escritura es más bien un acto solitario, una confrontación con los demonios y los fantasmas interiores. Requiere sacrificio y dedicación. Horas y horas, días y días, meses y meses, años y años, en pos de una palabra, un verso, un párrafo, un poema, un cuento, un ensayo, una novela o cualquier texto que supere (o iguale, como mínimo) la perfección de una hoja en blanco. La literatura no da tregua. Sí, el verdadero escritor es un reo de la perfección. Su condena consiste en pulir su texto incesantemente: si algo queda, quizá esté por fin ante su obra maestra (aunque lo más probable es que se tope con la nada). Si pretende ser inmortal, debe al menos escribir como si lo fuera. El escritor auténtico es, a la par, un lector voraz. Y no sólo de literatura. La filosofía, las ciencias sociales, etc. son igualmente imprescindibles. El literato debe poseer una erudición enciclopédica; caso contrario, es un mero charlatán, un estafador de la cultura, un badulaque digno del látigo o la guillotina. Si deseo que mis obras sean leídas por otros, ¿por qué, carajo, no he de leer las de los demás? Adenda: el plumífero que le haga ascos a la política (¡horror!) es: a) un maricón, b) un cojudo, c) una calabaza irremediable o d) todas las anteriores (¡respuesta correcta!). En Puno, ciertos mentecatos creen, a pie juntillas, que la literatura y la política son como el agua y el aceite. Peor todavía, según ellos la literatura se reduce a chupar, hablar únicamente de mujeres y putear. Y se reputan literatos, los muy mensos…En suma, no es fácil ser escritor. Espero, de corazón, no haber predicado en el desierto.
En fin, la literatura puneña última ya no está representada por la primera hornada del “post 2000”. Lo siento, mis caros amigos, pero no podemos ser eternamente chibolos. Los mongolismos literarios son ridículos e inadmisibles. Si a pesar de los pesares todavía desean publicar algo, adelante. Pero conste que deberán ser obras maduras y logradas; de otra suerte, no podrán esgrimir su presunta juventud como excusa. Repito, ya no podemos andarnos con infantilismos o niñerías. A otros les compete hoy fungir de novísimos escritores. Por ahora, los chibolos de “El costillar...” y “Oasis” llevan la delantera. Esperemos que aparezcan otros más. Si los hijos espurios desean sumarse a la fiesta, ya están al tanto de los requisitos mínimos (releer el párrafo anterior). Porque si no cambian de actitud, en vano llamarán a las puertas de la literatura. Recetas alternativas (sólo para tercos): “únanse al baile / de los que sobran…” o afíliense al sindicato ese, sito en Juliaca --allí vuestros garrapatos, renglones mutilados y demás pavadas, pasarán por poemas espléndidos (palmas, compañeros). En definitiva, a nosotros (chibolos, jóvenes y no tan jóvenes) nos incumbe extirpar los telurismos, los provincianismos, los regionalismos y otras taras folclóricas de la literatura puneña. Si no estamos a la altura de esta magna tarea, larguemos de una vez la pluma al basurero. Que los farsantes obstinados y sus padrinos medren a sus anchas. Y que las letras puneñas --las viejas, las nuevas y las venideras-- sean los eslabones en serie de una cadena infinita, a saber, ¡la misma huevada! Quod scripsi, scripsi.