jueves, 16 de agosto de 2012

¿RUPTURA AIMARA?



Las recientes pugnas entre el denominado Comité de Lucha de la Zona Sur (CLZS), que en algún momento tuvo su bastión en Ácora, y un grupo de pobladores de ese distrito (entre ellos, alcaldes menores y tenientes gobernadores), que finalmente hicieron abortar el paro de 72 horas programado por el CLZS para los días 13, 14 y 15 de agosto contra la ejecución del proyecto de irrigación Pasto Grande II a favor de Moquegua ‒supuestamente en territorio puneño (acoreño, sobre todo) y a expensas de “nuestros” recursos hídricos‒, vuelven a dejar al descubierto las rivalidades domésticas y el mero afán protagónico de algunos dirigentes de tipo indigenista que en sus proclamas de agitación política apelan siempre a la unidad del pueblo aimara, como si este gozara de una cohesión milenaria e inquebrantable.
 
 
Esta enésima ruptura dizque aimara debiera ser motivo más que suficiente para dar al traste, y de una vez por todas, con ese manido discurso que reivindica el “buen vivir” (un invento de las ONG, según el lingüista Cerrón Palomino), aboga por la descolonización y ‒para redondear su farsa “originaria”‒ fantasea con la autonomía de la nación aimara; ideario presuntamente compartido por todos los pobladores de la zona sur y que rebrota cual hongo folclórico cada vez que a ciertos “líderes” se les ocurre movilizar a las masas en pos de plataformas casi siempre tremendistas e inviables.
 
 
Recordemos que esas fueron algunas de las majaderías que se esgrimieron el año pasado contra la inversión minera (formal) en el llamado “aimarazo”, revuelta en la que el Frente de Defensa de los Recursos Naturales de la Zona Sur (FDRNZR), presidido en aquel entonces por Walter Aduviri, jugó un rol esencial y cuyos actos de rapiña tuvieron como epicentro a la ciudad de Puno. No olvidemos tampoco que las divergencias a nivel dirigencial entre el CLZS, que fue parte activa de las algaradas, y el FDRNZS se hicieron patentes, o más bien explotaron, en el tramo final de la protesta antiminera, cuando los principales miembros del CLZS ‒y no solo ellos‒ trataron de desconocer al cabecilla mayor, Aduviri, quien hasta ese momento había capitalizado y personalizado los réditos políticos de la huelga, desplazando a segundo plano a otros dirigentes aimaras, si no opacándolos hasta diluirlos en el anonimato.
 
 
Si para el FDRNZR el “aimarazo” significó la prueba de fuego de la cual salió airoso; lo que los integrantes del CLZS pretendían, tras el anuncio presidencial de la ejecución de Pasto Grande II, era convertir el impasse limítrofe con Moquegua en un conflicto social equivalente en dimensión al de Conga (Cajamarca), encarnando ellos los papeles estelares de Saavedra y Arana. Por lo menos eso se desprendía de la advertencia que uno de los susodichos lanzó al mandatario Ollanta Humala. Sin embargo, el repudio del que fueron objeto en su localidad por parte de un grupo de paisanos suyos, que no dudó en conformar un nuevo Comité de Defensa Territorial y de los Recursos Naturales ‒privando así al CLZS del monopolio de ese trajinado “caballito de batalla”‒, desbarató sus planes.
 
 
Si bien ahora el paro de marras será encaminado por el flamante comité, la plataforma y los métodos no han variado. Y para que la lucha prospere, sus propulsores llamarán, cómo no, a la unidad del pueblo aimara, esta vez en defensa de sus territorios ancestrales; apelarán al espíritu colectivo, a la unanimidad bovina, al consenso borreguil; buscarán despertar en los aimaras el instinto bélico, la fantasía de la invasión y el despojo. Es decir, la cantaleta de siempre.
 
 
¿Ruptura aimara? ¡Quia! Si la civilización es ‒como decía MVLl antes de fungir de garante del nacionalismo‒ ese largo proceso en que el individuo se separa de la placenta tribal y adquiere soberanía como tal, distinguiéndose de los otros; la auténtica ruptura aimara debería consistir en romper cuanto antes con esos “condicionamientos tribales” ‒si los hay aún‒, no en una peleíta por liderar una huelga.

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