Las recientes pugnas
entre el denominado Comité de Lucha de la Zona Sur (CLZS), que en
algún momento tuvo su bastión en Ácora, y un grupo de pobladores
de ese distrito (entre ellos, alcaldes menores y tenientes
gobernadores), que finalmente hicieron abortar el paro de 72 horas
programado por el CLZS para los días 13, 14 y 15 de agosto contra la
ejecución del proyecto de irrigación Pasto Grande II a favor de
Moquegua ‒supuestamente en territorio puneño (acoreño, sobre
todo) y a expensas de “nuestros” recursos hídricos‒, vuelven a
dejar al descubierto las rivalidades domésticas y el mero afán
protagónico de algunos dirigentes de tipo indigenista que en sus
proclamas de agitación política apelan siempre a la unidad del
pueblo aimara, como si este gozara de una cohesión milenaria e
inquebrantable.
Esta enésima ruptura
dizque aimara debiera ser motivo más que suficiente para dar al
traste, y de una vez por todas, con ese manido discurso que
reivindica el “buen vivir” (un invento de las ONG, según el
lingüista Cerrón Palomino), aboga por la descolonización y ‒para
redondear su farsa “originaria”‒ fantasea con la autonomía de
la nación aimara; ideario presuntamente compartido por todos los
pobladores de la zona sur y que rebrota cual hongo folclórico cada
vez que a ciertos “líderes” se les ocurre movilizar a las masas
en pos de plataformas casi siempre tremendistas e inviables.
Recordemos que esas
fueron algunas de las majaderías que se esgrimieron el año pasado
contra la inversión minera (formal) en el llamado “aimarazo”,
revuelta en la que el Frente de Defensa de los Recursos Naturales de
la Zona Sur (FDRNZR), presidido en aquel entonces por Walter Aduviri,
jugó un rol esencial y cuyos actos de rapiña tuvieron como
epicentro a la ciudad de Puno. No olvidemos tampoco que las
divergencias a nivel dirigencial entre el CLZS, que fue parte activa
de las algaradas, y el FDRNZS se hicieron patentes, o más bien
explotaron, en el tramo final de la protesta antiminera, cuando los
principales miembros del CLZS ‒y no solo ellos‒ trataron de
desconocer al cabecilla mayor, Aduviri, quien hasta ese momento había
capitalizado y personalizado los réditos políticos de la huelga,
desplazando a segundo plano a otros dirigentes aimaras, si no
opacándolos hasta diluirlos en el anonimato.
Si para el FDRNZR el
“aimarazo” significó la prueba de fuego de la cual salió
airoso; lo que los integrantes del CLZS pretendían, tras el anuncio
presidencial de la ejecución de Pasto Grande II, era convertir el
impasse limítrofe con Moquegua en un conflicto social equivalente en
dimensión al de Conga (Cajamarca), encarnando ellos los papeles
estelares de Saavedra y Arana. Por lo menos eso se desprendía de la
advertencia que uno de los susodichos lanzó al mandatario Ollanta
Humala. Sin embargo, el repudio del que fueron objeto en su localidad
por parte de un grupo de paisanos suyos, que no dudó en conformar un
nuevo Comité de Defensa Territorial y de los Recursos Naturales
‒privando así al CLZS del monopolio de ese trajinado “caballito
de batalla”‒, desbarató sus planes.
Si bien ahora el paro de
marras será encaminado por el flamante comité, la plataforma y los
métodos no han variado. Y para que la lucha prospere, sus
propulsores llamarán, cómo no, a la unidad del pueblo aimara, esta
vez en defensa de sus territorios ancestrales; apelarán al espíritu
colectivo, a la unanimidad bovina, al consenso borreguil; buscarán
despertar en los aimaras el instinto bélico, la fantasía de la
invasión y el despojo. Es decir, la cantaleta de siempre.
¿Ruptura aimara? ¡Quia!
Si la civilización es ‒como decía MVLl antes de fungir de garante
del nacionalismo‒ ese largo proceso en que el individuo se separa
de la placenta tribal y adquiere soberanía como tal, distinguiéndose
de los otros; la auténtica ruptura aimara debería consistir en
romper cuanto antes con esos “condicionamientos tribales” ‒si
los hay aún‒, no en una peleíta por liderar una huelga.
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