Don Manuel se disponía a ordeñar sus vacas cuando se
topó con la serpiente. Sí, una culebra de 80 centímetros se había prendido,
cual becerro lactante, de la ubre de una de sus reses. Al menos eso fue lo que
el agricultor de la irrigación Majes contó a la prensa a fines de abril, exhibiendo
como trofeo y prueba el cuerpo yerto del reptil en una botella de vidrio.
Al parecer el valle de Majes se había convertido,
durante esa temporada, en un nido de víboras sedientas de leche vacuna ya que
los vecinos de don Manuel relataron historias similares. “He vendido 8 de mis
vacas para el sacrificio pues, luego que las culebras chupan la leche de las
reses, estas se secan, no vuelven a producir nunca más, incluso llegan a
enfermar tanto que mueren” fue el pasmoso testimonio de don Reinaldo, quien
aseguraba haber tropezado en su corral con una serpiente de dos metros (Correo
Arequipa, 28/04/2013).
Relatos de ese tipo ya los había oído, cuando niño, en
la zona aimara de Puno. Una de las diabólicas fechorías que los campesinos
achacaban a las culebras era, precisamente, la adicción a la leche de vaca. Por
eso, ellos las perseguían con saña, como si las serpientes fuesen la
encarnación del mal. Si las atrapaban, les machacaban la cabeza con una piedra,
aunque a veces, dizque para aprovechar sus virtudes curativas, les quitaban la
piel y se las comían crudas o las metían vivas en un pomo repleto de alcohol.
Nunca creí del todo en la culpabilidad de estos
reptiles; siempre les concedí, como dicen los abogados, el beneficio de la
duda. Así que la noticia sobre la plaga de ofidios en la irrigación Majes me
dejó desconcertado. Y quizá hubiera terminado tragándomela si, hace algunos
días, en el libro El enigma de las extrañas criaturas (Ed. Mitre, 1987,
Barcelona) del periodista estadounidense John A. Keel, no me hubiese dado de
bruces con este pasaje: “Otra serpiente popular inexistente es la de la leche.
De ésta se cuenta que repta hasta las ubres de las vacas y se agarra a ellas
hasta quedar bien harta de leche”.
Es decir, la odiosa culebra lactante, esa misma que
antaño aterrorizaba a mis abuelos y que hoy hace lo propio en el valle de
Majes, es ‒según dicho autor‒ tan legendaria y folclórica como el hombre lobo o
el unicornio. Puro cuento, en suma… En realidad, esa es la posición oficial de
los herpetólogos (entendidos en reptiles). En ese sentido se pronunció, por
ejemplo, la Asociación Herpetológica Española en el 2010, a saber, las
serpientes no maman.
De acuerdo con los herpetólogos: a) La culebra no tiene
labios, ergo, es incapaz de lactar; b) La leche no le sirve pues su organismo
no puede sintetizarla, y c) Es tímida y, merced a su instinto de supervivencia,
no se acerca voluntariamente a un depredador en potencia como la vaca o el ser
humano.
Me pregunto si algún especialista del Senasa explicó
esas cosas tan sencillas a los pobladores de la irrigación Majes, porque tal
parece que el alcalde del distrito -quien ofreció capturar a los ofidios y
llevarlos a otro sitio (lapsus ecológico)- y el jefe de la Oficina de Medio
Ambiente de dicha comuna -quien declaró que cualquier “contacto brusco” con las
ubres de la vaca provoca que las hormonas de la leche dejen de funcionar
(lapsus técnico)- solo alimentaron más el mito. A la culebra lactante, o sea.
*Columna publicada en Correo Aqp (03/08/2013).
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