martes, 6 de agosto de 2013

SUEÑO CON SERPIENTES



Don Manuel se disponía a ordeñar sus vacas cuando se topó con la serpiente. Sí, una culebra de 80 centímetros se había prendido, cual becerro lactante, de la ubre de una de sus reses. Al menos eso fue lo que el agricultor de la irrigación Majes contó a la prensa a fines de abril, exhibiendo como trofeo y prueba el cuerpo yerto del reptil en una botella de vidrio. 
 
Al parecer el valle de Majes se había convertido, durante esa temporada, en un nido de víboras sedientas de leche vacuna ya que los vecinos de don Manuel relataron historias similares. “He vendido 8 de mis vacas para el sacrificio pues, luego que las culebras chupan la leche de las reses, estas se secan, no vuelven a producir nunca más, incluso llegan a enfermar tanto que mueren”  fue el pasmoso testimonio de don Reinaldo, quien aseguraba haber tropezado en su corral con una serpiente de dos metros (Correo Arequipa, 28/04/2013).

Relatos de ese tipo ya los había oído, cuando niño, en la zona aimara de Puno. Una de las diabólicas fechorías que los campesinos achacaban a las culebras era, precisamente, la adicción a la leche de vaca. Por eso, ellos las perseguían con saña, como si las serpientes fuesen la encarnación del mal. Si las atrapaban, les machacaban la cabeza con una piedra, aunque a veces, dizque para aprovechar sus virtudes curativas, les quitaban la piel y se las comían crudas o las metían vivas en un pomo repleto de alcohol.

Nunca creí del todo en la culpabilidad de estos reptiles; siempre les concedí, como dicen los abogados, el beneficio de la duda. Así que la noticia sobre la plaga de ofidios en la irrigación Majes me dejó desconcertado. Y quizá hubiera terminado tragándomela si, hace algunos días, en el libro El enigma de las extrañas criaturas (Ed. Mitre, 1987, Barcelona) del periodista estadounidense John A. Keel, no me hubiese dado de bruces con este pasaje: “Otra serpiente popular inexistente es la de la leche. De ésta se cuenta que repta hasta las ubres de las vacas y se agarra a ellas hasta quedar bien harta de leche”.

Es decir, la odiosa culebra lactante, esa misma que antaño aterrorizaba a mis abuelos y que hoy hace lo propio en el valle de Majes, es ‒según dicho autor‒ tan legendaria y folclórica como el hombre lobo o el unicornio. Puro cuento, en suma… En realidad, esa es la posición oficial de los herpetólogos (entendidos en reptiles). En ese sentido se pronunció, por ejemplo, la Asociación Herpetológica Española en el 2010, a saber, las serpientes no maman.

De acuerdo con los herpetólogos: a) La culebra no tiene labios, ergo, es incapaz de lactar; b) La leche no le sirve pues su organismo no puede sintetizarla, y c) Es tímida y, merced a su instinto de supervivencia, no se acerca voluntariamente a un depredador en potencia como la vaca o el ser humano.

Me pregunto si algún especialista del Senasa explicó esas cosas tan sencillas a los pobladores de la irrigación Majes, porque tal parece que el alcalde del distrito -quien ofreció capturar a los ofidios y llevarlos a otro sitio (lapsus ecológico)- y el jefe de la Oficina de Medio Ambiente de dicha comuna -quien declaró que cualquier “contacto brusco” con las ubres de la vaca provoca que las hormonas de la leche dejen de funcionar (lapsus técnico)- solo alimentaron más el mito. A la culebra lactante, o sea.

*Columna publicada en Correo Aqp (03/08/2013).

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